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jueves, abril 12

La bobada del ‘spoiler’

(La columna de David Gistau en el XLSemanal del 18 de septiembre de 2016)

Durante la semana en que escribo esto, fue estrenada la segunda temporada de la serie Narcos. Es un buen relato de la guerra que sostuvieron el cártel de Medellín y el Estado colombiano que adolece tan sólo de un inconveniente que estropea en parte el disfrute: el actor que interpreta a Pablo Escobar, Wagner Moura, es brasileño, y su manera de impostar el español de Colombia, con inflexiones cariocas y dificultades para vocalizar, es por momentos tan ridícula que perjudica mucho el resultado de su trabajo. Algo parecido a lo que ocurría con Viggo Mortensen cuando hizo de Alatriste hablando como si acabara de superar un ictus.

Las páginas web de los diarios generalistas recogieron la noticia del estreno y anunciaron que esta temporada era la definitiva porque llegaba hasta la muerte de Pablo Escobar, abatido en un tejado por un francotirador acerca del cual aún existen dudas de si era o no un tirador de la Delta Force norteamericana ejecutando una black op en el patio trasero. Lo que me sorprendió fue que, en los comentarios de los lectores, muchos se expresaban con cólera porque consideraban que, así redactada, la noticia les había destripado el final. O, como se dice ahora en la jerga del seriéfilo fetén, había cometido spoiler. Sé que Pablo Escobar fue menos conocido que Jesucristo. Pero esos mensajes me recordaron la vez que fui a ver en el cine con un amigo La pasión de Cristo. Y mi amigo, por bromear, dijo que ya conocía la historia. «Al final, lo crucifican». Y un espectador colindante se enojó y dijo que éramos unos capullos porque él no había visto la película y habría preferido no enterarse. «Tranquilo, hombre, que luego resucita», le dijimos. «¡Que no me lo destripéis más!». Se ve que no había leído la novela original.

Este artículo podría haber versado sobre la superstición snob del spoiler, un código de silencio acerca del contenido de las series más estricto que la omertà siciliana. Cualquier día veremos subir al cadalso, para ser ahorcada, a gente cuyo único delito fue anticipar un desenlace de Juego de Tronos. Pero prefiero que verse sobre la ignorancia. Narcos es una serie basada en acontecimientos reales que estuvieron en las portadas de todos los periódicos del mundo durante años en la década de los ochenta. Pablo Escobar fue en esa época uno de los hombres más famosos del planeta. Su muerte tuvo una repercusión comparable a la de Bin Laden. Pero aún queda gente, no sé si amparada en la coartada de la juventud, que se sienta a ver un relato sobre aquellos acontecimientos tan intacta de información, tan bruta de no haber tenido jamás un diario entre las manos, que pide que se le conserve el suspense acerca de la suerte final del jefe del cártel de Medellín. Estas obras, ya sean cinematográficas o literarias, no viven precisamente de la incertidumbre relacionada con los grandes desenlaces: parten de la base de que su público tiene dos dedos de frente y ya los conoce. Por eso no hay profanación ni spoiler si dices que a Pablo Escobar le volaron la cabeza. O que a Cristo lo crucificaron.

Más allá de que el dicho de la «generación más preparada de la historia» me parezca cada vez más un sarcasmo de alguien, una ironía, me pregunto sobre qué otros relatos de procedencia histórica habría que imponer el código de silencio para proteger a los ignorantes en su necesidad de suspense. ¿Se debe presentar una biografía sobre Hitler ocultando que al final el prota se suicida en su búnker? ¿Hay que contar la Guerra Civil española procurando que el lector/espectador no se entere hasta el final de qué bando la gana? ¿Debe el relato sobre la expedición del Apolo custodiar el suspense de si al final Armstrong pisa o no la Luna? ¿Tenemos que intentar que haya gran emoción sobre si Julio César logrará salir vivo de la curia, después de batirse a espada con los senadores, en los Idus de Marzo? (Con espada de samurái, ya puestos). Lo mejor es que los autores tiren p’alante sin esperar a los idiotas.

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