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lunes, febrero 19

Las enfermedades que han torcido la historia



(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en la revista XLSemanal del 25 de septiembre de 2016)

Las dolencias de los poderosos han cambiado el destino de la humanidad. El mundo habría sido otro si Napoleón no hubiera tenido hemorroides, por ejemplo, o si la hemofilia no hubiera anidado en los Romanov.

Se suele enseñar que el curso de la Historia está marcado por las grandes batallas, tanto en la guerra como entre ideas o sistemas que compiten. Y solo unos pocos personajes -presidentes, reyes, dictadores, revolucionarios- tienen poder suficiente para cambiar su rumbo. Sin embargo, la intervención de otros personajes influyentes suele pasar inadvertida. Quizá porque son microscópicos. Se trata de las bacterias, los parásitos y los virus, que son capaces transformar la demografía, la economía y la política.

Irwin Sheman, profesor emérito de la Universidad de California, cita algunas enfermedades que han cambiado la historia de la humanidad: tuberculosis, sífilis, gripe, peste bubónica, cólera, fiebre amarilla… En ocasiones son dolencias que no afectan directamente a las personas, como el hongo de la patata, que causó la gran hambruna y la emigración irlandesa. Algunas han sido erradicadas, caso de la viruela, y otras siguen matando por millones, como la malaria. Y en unos pocos casos su trascendencia se debe precisamente a que afectaron a personajes clave. Por ejemplo, la hemofilia que debilitó a la dinastía Romanov en Rusia y facilitó la caída de los zares y el ascenso de los bolcheviques. O la porfiria que padecieron muchos monarcas británicos, que sufrían de alucinaciones, paranoias y ansiedad.

Los romanos, por ejemplo, se envenenaban sin saberlo, pues añadían plomo al vino para endulzarlo y también al maquillaje de las mujeres, sobre todo las clases altas. La concentración del metal era 16.000 veces superior a la dosis que se considera tóxica. Los trastornos psiquiátricos de muchos emperadores podrían deberse al saturnismo o envenenamiento por plomo.

Es esta confluencia entre los grandes personajes y los achaques que acaban truncando sus planes la que interesa al doctor Pedro Gargantilla, profesor de Historia de la Medicina en las universidades Francisco de Vitoria y Europea de Madrid, que acaba de publicar Enfermedades que cambiaron la Historia, una obra llena de curiosidades, y en la que se citan desde la pancreatitis que acabó prematuramente con la vida de Alejandro Magno y, de paso, con su imperio, hasta el embarazo fantasma de María Tudor, casada con Felipe II. El vientre de la soberana inglesa se ensanchó y llegó a sentir las patadas del feto, pero al noveno mes todo desapareció. Era un trastorno psicológico. De haber sido un embarazo real, su hijo habría heredado las coronas de España, Inglaterra y Países Bajos, de manera que el mapa de Europa habría cambiado por completo. Pero María Tudor murió sin descendencia.

Las almorranas de Napoleón

En 1815 Napoleón Bonaparte escapó de su confinamiento y puso de nuevo a Francia en pie de guerra. Una alianza liderada por Inglaterra se enfrentó al general. El destino de Europa se decidió en Waterloo (Bélgica). En la víspera de la batalla, Napoleón pasó toda la noche con dolores anales, fruto de una crisis de hemorroides que le impediría montar a caballo a la mañana siguiente. Napoleón llevaba años padeciendo de estreñimiento crónico porque apenas bebía agua, por lo que sus heces eran muy compactas, y además era un incansable jinete que reventó más de una docena de caballos, lo que contribuía a agravar sus almorranas. El Pequeño Corso decidió posponer unas horas el ataque, que no llegó hasta casi mediodía. No pudo supervisarlo en primera línea, como solía hacer. Pasó las primeras horas adormilado y abatido por el láudano que había tomado para calmar el dolor. El enemigo sorprendió a las tropas francesas con un ataque por la retaguardia.

La depresión de Carlos V

La melancolía de Carlos I de España y V de Alemania cambió el mapa de Europa. Carlos se casó enamorado, una rareza en el siglo XVI, tras conseguir una dispensa papal: Isabel era su prima hermana. La emperatriz era de una gran belleza y ascética en sus costumbres. Murió durante un embarazo y el emperador se derrumbó. Ni siquiera pudo acompañar al cortejo fúnebre. La muerte de su esposa sumió a Carlos en una profunda depresión. No comía ni bebía y pasaba las horas arrodillado junto a la cama absorto en una miniatura del retrato de su mujer. Le costó horrores superar su duelo y, aunque estaba en la cima de su trayectoria política, quedo muy ‘tocado’. Cayó en otra crisis cuando no pudo imponer la religión católica en Alemania. Se sentía un fracasado. Lloraba como un niño, cuentan las crónicas, y les costaba incluso firmar los documentos. Abdicó en su hijo Felipe en 1555.

La tisis de ‘Madame’ de Pompadour

Madame de Pompadour fue la favorita del rey francés Luis XV durante veinte años. Se llevaba bien con la reina. “Si mi marido tiene que acostarse con otra, mejor que sea con ella”, dijo. En la Corte se daban por sentadas las infidelidades, pero las amantes reales estaban siempre casadas para evitar que el monarca tuviese la tentación de repudiar a su esposa. Unos trastornos ginecológicos hicieron que las relaciones íntimas entre monarca y favorita cesaran en 1750. Desde entonces ella se encargó de introducir nuevas mujeres en el lecho real, y ganó influencia como consejera y estadista. Cuando murió de tuberculosis, el rey cambió de amante, pero madame du Barry contribuyó con sus caprichos a la impopularidad de la monarquía.

El ‘viagra’ de Fernando el Católico

Cuando en 1504 Fernando de Aragón enviudó, buscó una alianza con el rey francés, que le ofreció casarse con su sobrina… Era muy poco agraciada y Fernando recurrió a los afrodisiacos para ‘animarse’: un potaje de testículos de toro aderezado con cantaridina, el polvo machacado de las moscas verdes. Esa substancia irrita la vejiga y favorece la erección, pero es muy tóxica. Unas centésimas de gramo matan a un hombre. La salud del monarca se resintió.

La obesidad mórbida de Sancho I

Sancho I de León se puso a dieta en el siglo X. Pesaba 21 arrobas (unos 240 kilos). Comía unos 17 platos al día, la mayoría de carne de caza. La obesidad lo había convertido en un inválido y le impedía demostrar que había consumado el matrimonio. Fue depuesto por los nobles. Pero su abuela, la reina Toda de Navarra, pidió ayuda al califa de Córdoba, que le prestó su médico personal, el judío Hasday Ibn Saprut. El rey, al que cosieron los labios, sólo bebió infusiones con una pajita durante cuarenta días. El régimen se completó con baños de vapor y caminatas en las que era tirado con cuerdas por esclavos. Perdió 120 kilos y recuperó el trono.

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