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jueves, noviembre 16

Excéntricos en pareja; en el amor y en la cama...

(Un texto de Elena Castelló en la revista Mujer de Hoy del 9 de julio de 2017)

Parejas tan apasionadas como escandalosas, amores a tres bandas, relaciones que costaron un trono... En el territorio más privado, todo vale. Aunque, a veces, el precio a pagar es demasiado alto.

En realidad, ¿no somos todos un poco excéntricos? Consideradas de cerca, muchas de nuestras decisiones pueden parecer un puñado de impulsos inconexos, imposibles de comprender según los "cánones" que marca el sentido común, especialmente cuando se trata de cuestiones relacionadas con el amor y las emociones. Quizá, eso es simplemente la vida, intransferible, peculiar y única. 

Más peculiar y única, cuanto más dinero y poder se pone en juego, desde luego: entonces caen las barreras y solo las pasiones parecen dictar el comportamiento humano. Nuestros personajes, que fueron protagonistas del escándalo y víctimas y verdugos de sí mismos casi a partes iguales, convirtieron sus vidas en un auténtico torbellino de sufrimiento para ellos y para los que les rodeaban. Todos vivieron al margen de las normas su amor y sus relaciones.

Charles Chaplin: El coleccionista de jovencitas

En 1936, poco después del estreno de Tiempos Modernos, Chaplin se casaba, en secreto en China, con su compañera de reparto Paulette Goddard. Era su tercera boda y, con 48 años, el actor casi le doblaba la edad. Sin embargo, a sus 25 años, Goddard fue la mayor de sus esposas y la única "adulta". La primera, la actriz Mildred Harris, con la que Chaplin se casó ya en los 30, tenía 16 años. Ella afirmaba que estaba embarazada, aunque luego descubrió que era una falsa alarma, y el hijo vino después. El actor accedió al matrimonio para sofocar el escándalo: su amante quizá no esperaba un hijo, pero era menor.

Su segunda mujer, Lita Gray, que actuó en El chico con 12 años, fue su amante desde los 15, rodando La quimera del oro, y se casó con él a los 16. Le dio dos hijos, pero el matrimonio fue un infierno y acabó entre acusaciones de maltrato y abandono. Para evitar el escándalo, el actor se vio forzado a pactar una indemnización millonaria para Lita, a riesgo de que esta revelara la lista de sus infidelidades con conocidas mujeres casadas.

Su cuarta y última esposa fue Oona, hija del dramaturgo Eugene ONeill, que la desheredó y no volvió a dirigirle la palabra tras la boda. Deslumbrada por el cómico con 16 años, le dio el sí quiero a los 18 y estuvo a su lado hasta su muerte, el día de Navidad de 1977. Tuvieron ocho hijos, entre ellos la actriz Geraldine Chaplin.

Celoso, tiránico y obsesivo, de humor extremo, en sus memorias afirma que mantuvo relaciones con más de 2.000 mujeres. No todas menores, por supuesto. Pero cuando le preguntaron por su amante ideal respondió: "Yo no estoy enamorado exactamente de ella, pero ella lo está locamente de mí". Abandonado por un padre alcohólico y por una madre actriz de music hall que pasó largas temporadas en manicomios, temió la pérdida y nunca confió en las mujeres, sino en chicas a las que podía controlar y moldear. Sus heroínas, frágiles muchachas amenazadas por villanos sin escrúpulos, representan a una madre a la que recordaba en su papel de pastorcilla y a su primer amor, Hattie, a la que idealizó en su desarraigo.

Su vecino en Vevey (Suiza), donde se retiró con su familia tras dejar el cine, era el escritor Vladimir Nabokov: muchos dicen que Chaplin inspiró el personaje de Humbert Humbert en la trágica Lolita.

Elizabeth Taylor: Lluvia de diamantes

Acababa de divorciarse de su primer marido, el heredero de los Hilton, Conrad Hilton Jr. -tío abuelo de Paris-, tras ocho meses de tormentoso matrimonio y descansaba al borde de la piscina de unos amigos en Palm Springs (Florida), cuando un helicóptero aterrizó en la propiedad. La sombra de un hombre le hizo abrir los ojos.

Frente a ella, se erguía el multimillonario Howard Hughes, que intentaba abrirse paso como empresario cinematográfico tras hacer fortuna construyendo aviones. "¡Venga, vístete!", le espetó. "¡Nos casamos!". Para demostrarle que no bromeaba, se metió la mano en el bolsillo y extrajo un puñado de diamantes que esparció sobre ella. La estrella, muerta de risa, huyo corriendo hasta la casa, dispersándolos por el césped. Evidentemente no hubo matrimonio. Fue la única vez que la actriz rechazó piedras preciosas.

El gran amor de su vida y dos veces su marido, Richard Burton, la cubrió de ellas. Claro que las suyas eran más grandes, como el diamante Krupp, de 33 quilates, que ornaba el anillo de compromiso que le regaló en 1968, tras enamorarse rodando Cleopatra. Le costó más de un millón de dólares en la joyería Cartier de Nueva York.

La más conocida de cuantas puso en sus manos lleva el nombre de ambos: el diamante Taylor-Burton, en forma de pera y de casi 70 quilates. El actor lo adquirió en una subasta en 1969: antes de la puja, su propietario, el joyero Harry Winston, se lo envió a Taylor a Suiza, para que pudiera admirarlo. En la subasta, lo adquirió Cartier por más de un millón de dólares. Pero Burton no estaba dispuesto a dejarse vencer y, desde el teléfono público de un hotel inglés, negoció con el intermediario de Cartier, a gritos, hasta que consiguió la piedra.

Cartier puso una condición: exhibirla en su tienda de Chicago antes de llevárselo. "Somos hombres de negocios y ambos estamos contentos de que la señorita Taylor esté contenta", accedió Burton. La actriz lució la gema por primera vez en el 40 cumpleaños de Grace de Mónaco, y el diamante viajó hasta Niza con dos guardias. Cuando se divorciaron por segunda vez, en 1978, Taylor lo vendió por cinco millones de dólares y donó parte del dinero para construir un hospital en Bostwana.

Eduardo VIII: Amor en clima frío

Cuando en junio de 1936, Gran Bretaña supo que su rey, Eduardo VIII, recién llegado al trono, había pasado las vacaciones en un crucero por el Adriático con su amante norteamericana Wallis Simpson, dos veces divorciada y dos años mayor que él ("la puta", según Winston Churchill), fue símbolo de la infamia. Sin embargo, el tiempo ha revelado que ella logró, involuntariamente, que reconociera su falta de cualidades para el trono.

Maltratado por su niñera, con síntomas de anorexia y tics, Eduardo se había quedado varado en una eterna adolescencia. Bon vivant y atractivo, pasó su juventud practicando deporte, bebiendo de fiesta en fiesta y teniendo idilios con mujeres casadas, con las que jugaba a ser un niño pequeño. Era perezoso, poco formado intelectualmente, caprichoso y débil.

"No puedo cumplir mis deberes como rey como querría sin la ayuda y apoyo de la mujer que amo", dijo en su discurso de abdicación, pocos meses después. Wallis, en Francia, lloró al escucharlo. Ahora se sabe que no porque deseara ser reina de Inglaterra. Más bien lo contrario, según revela su correspondencia en una reciente biografía: se sentía atrapada y nunca hubiera imaginado que las cosas llegaran tan lejos. "No dejo de pensar en ti", le escribió a su segundo marido, Ernest Simpson, en esa época.

En los primeros años de su idilio con Eduardo, y estando aún casada, Wallis mantuvo otro affaire. Ser amante del rey era un honor que duraría unos años, imaginaba. Nunca pensó en dejar a su marido. Sin embargo, Eduardo, engatusado por su personalidad y su manera de recordarle que no podía lograrlo todo, empezó a escribirle decenas de veces al día y a amenazarla con suicidarse si le abandonaba.

Se rumoreó que era experta en prácticas sexuales aprendidas en burdeles de China. Wallis llegó a comentar que él era impotente y que ella nunca "había tenido relaciones sexuales tradicionales con sus maridos". En los primeros años de casados, fueron inseparables de un joven millonario bisexual, Jimmy Donahue, y los rumores arreciaron, pero ellos ya eran los reyes de la café society, y todo el mundo los quería en su fiesta.

Ella era la mejor vestida, él creó el "estilo Windsor". Entre tanto, viajaban, compraban joyas y coches, bebían, fumaban y mimaban a sus perros. Los privilegios de ser la esposa de un duque de Inglaterra eran muchos, aunque entre ellos no figurara el verdadero amor.

Courtney Love: Una boda en la playa

El día que se conocieron, en 1990, en un club de Chicago, Courtney Love bromeó sobre el pelo largo de Kurt Cobain y éste le respondió derribándola, en broma, con una llave. La atracción entre el líder de Nirvana e icono de la generación X, y la actriz y vocalista de The Hole y ex stripper fue instantánea. Courtney envió a Kurt una caja en forma de corazón con una muñeca de porcelana, tres rosas secas, una minitaza de té y conchas, con su perfume. Al cantante le obsesionaban las muñecas. Las usaba para composiciones artísticas, repintando sus caras y pegándoles cabello.

Cobain no quería una relación seria. Ella comenzó a perseguirlo hasta que consiguió un sí. Cuando él le propuso que se casaran, ella estaba embarazada. "¡Sabía que, si tenía algo de cerebro, me lo pediría!", contó ella. "Ella es como un imán para todo lo que hay de divertido en la vida", dijo Cobain.

Se casaron en Hawai, el 24 de febrero de 1992, en la playa de Wakiki. Kurt se presentó con un pijama de dibujos verdes. Courtney llevaba un vestido que había pertenecido a la atormentada actriz Frances Farmer, uno de los iconos de Kurt. Asistieron nueve personas, ninguna de sus familias.

Dos años después, Cobain, que consumía unos 400 dólares diarios de heroína y otras drogas, se pegó un tiro en la cabeza. Courtney tiene hoy 52 años y es budista: sus mantras la han ayudado a superar las adicciones, los escándalos y la sensación de pérdida. Pero aún lucha contra la nostalgia.

Tilda Swinton: ¿Una pareja de tres?

Tilda Swinton ganó el Bafta -los Oscar británicos- a la mejor actriz secundaria, en 2007, por su interpretación de una despiadada abogada en Thomas Clayton. Y allí, sobre la alfombra roja se abrió la veda sobre la actriz escocesa de carrera poco convencional: su acompañante no era el padre de sus mellizos Honor y Xavier, el dramaturgo escocés 20 años mayor que ella John Byrne, sino un joven actor alemán -¡20 años menor! - llamado Sandro Kopp. Byrne se había quedado en casa cuidando a los niños.

Los rumores no se hicieron esperar: Tilda vivía un ménage-à-trois con el padre de sus hijos, que ejercía de amo de casa, y un tomboy con el que disfrutaba de la vida. Las palabras de la actriz no ayudaron a despejar dudas: "Vivimos en la misma casa, pero yo viajo por el mundo con un delicioso pintor", aseguró sin más detalles. "Todos nos queremos mucho", corroboró Byrne.

Era oficial: Swinton vivía en su vida privada un arreglo a tres bandas, con dos hombres. Su nombre encabezó, a partir de entonces, las webs de "amor libre" y poliamor, mientras los periódicos sensacionalistas se deleitaban dando detalles supuestamente íntimos.

Tilda no es una mujer convencional ni por su origen en una familia del más rancio abolengo escocés, ni por sus elecciones académicas: se licenció en Políticas y Literatura en Cambridge, en contra de las previsiones familiares que deseaban que se casara con un duque. Tampoco por su físico, andrógino y cambiante. Ni por su forma de entender su trabajo, desarrollado durante años en el cine casi experimental de directores como Derek Jarman. Intelectual e independiente, tampoco rehúye opinar sobre arte o política.

"Nuestra vida no puede ser más ortodoxa. El padre de mis hijos y yo somos muy amigos y los criamos juntos. ¿Cuántas parejas no hacen lo mismo? Desgraciadamente la gente está demasiado acostumbrada a convertir a su ex en un extraño tras años de convivencia", decía la actriz. Byrne ha contado que vive en Edimburgo con una nueva pareja. "Quizá lo que asusta a otra gente es que no dejamos que nadie reduzca nuestras vidas a una simple película de dibujos animados". La actriz insiste: "Fuera de la pantalla, soy la mujer más normal del mundo".

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