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miércoles, octubre 18

William B. Yeats y el hilo de las hadas



(Un texto de Jorge Sanz Barajas en el suplemento literario del Heraldo de Aragón del 12 de noviembre de 2015)

«Al leer a Yeats puedo sentir a veces una transmisión de fuerza peligrosa, como se sentía uno de niño, parado solo en los campos cerca del temblor de los postes eléctricos, bajo el chisporroteo de las líneas de energía». (Seamus Heaney). Imaginad que el hilo de un hada ensartó la voz de los rapsodas homéricos, la de los juglares medievales, la voz tenue de las ancianas que salmodian viejas leyendas de hadas, la potencia del grito de Shelley, de Browning,…

Yeats es la mano que engarzó estos hilos, tensó sus voces y las convocó de nuevo mientras hurgaba enfangado en el fondo de la turbera hasta encontrar la música callada del tiempo. Progresar, decía Chesterton, es ver gente que se corta las piernas convencida de que en el futuro todos nos moveremos en vehículos… Cuando la naturaleza quizá pretenda convertirnos en ciempiés.

Yeats pasó quizá toda su vida agarrado a la tierra como un ángel empeñado en volar de espaldas al viento mientras aviva con mimo los rescoldos de la historia. A su alrededor, muchos pensaban que iba a traspié en poesía: ni siquiera sus contemporáneos le apreciaron hasta que llegó a la cincuentena: Joyce le dijo en su propia cara que le consideraba «anticuado» y Ezra Pound, su propio secretario en Sussex, le comentó a T.S.Eliot «Es poca cosa este Yeats, ¿no cree?». Si algo caracteriza el trabajo de Yeats es esa voluntad de pulcritud en pos de la belleza pese a los tiempos, los elementos y sus propios contemporáneos. Cuando uno se ocupa de Jo verdaderamente importante, puede sentarse a la puerta de su casa para ver pasar todas las modas, una tras otra, agonizando en su caducidad. Hombre de silla en la puerta. Por eso sigue ahí, porque no hay quien se resista a su voz atemporal, a su vocación de eternidad, a su lucidez.

No lo tuvo fácil. Nunca recibió una educación esmerada, envidiaba la pulcra pronunciación de Wilde y esa capacidad para hablar en frases redondas. Sus bocetos están plagados de tosquedades que pule con el buril de un cantero; al contrario que Joyce, fue tardo en los idiomas y no tuvo ni dinero ni apellidos para ingresar en el Trinity College. Amó desesperadamente a Maud Gonne, una diosa rebelde que le rechazó tantas veces como años tuvo su vida. Ella prefirió a hombres de acción que la hicieron tremendamente infeliz. Nunca se cansó de esperarla aun después de casarse con la médium George Hyde-Lees.

Ambos aceptaron que la fuerza amatoria de Yeats no estaba hecha para una sola mujer (murió en brazos de su legítima y su última amante, Edith Shackleton Heald). En Yeats, verso y cópula son dos fuerzas que empujan en la misma dirección: el deseo no consumado hacia Maud Gonne no se agotó con los años: hasta el último de sus días soñó con aquella diosa de cabellos refulgentes a la que caracterizó como la condesa Catalina de Houlihan.

Aquella mujer que caminaba con la majestad de una reina fue su fuerza motriz. Casi treinta años después de que Maud le rechazara por primera vez, Yeats la amó de nuevo; también a su hija Iseult: otro doble revés. Su literatura fermentó en el fracaso y rebrotó con fuerza inusitada hasta el Nobel de 1923. Y tras el premio, aún fue capaz de escribir sus mejores páginas. Pocos pueden presumir de semejante hazaña.

Nacionalista de circunstancias, entendió que solo lograría vivir en un país libre quien soñara en la misma clave que sus ancestros. De joven predijo que algún día «Dios incendiaría la naturaleza con un beso». El único beso al que aspiró fue el que nunca rozó siquiera. Quizá por eso decidió caminar como un ángel huraño. Su cuerpo reposa en una pequeña iglesia de Sligo: su alma sigue estando en todas partes.

Para conocerlo mejor, lean ‘Yeats, The Man and the Masks', de Ellmann. En castellano disponemos de 'Cuatro dublineses' en Tusquets. En las librerías de viejo aún puede encontrarse algún ejemplar de las 'Obras Escogidas' de Aguilar, o del 'Breviario' de FCE que Louise MacNeice dedicó a su poesía, pero quien desee encontrarse con su palabra viva, puede hacerlo en las antologías de Lumen, Losada y Alianza (las dos últimas son bilingües). Ningún lector debería pasar de largo sin apearse en la Estación Yeats. Para convocarlo, citen su nombre tres veces ante un espejo, usen su ouija, escuchen 'Yeat's Grave' de The Cranberries o 'The Stolen Child' en sus mil versiones. Deberían leerlo. […]

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