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domingo, septiembre 17

Sobrevivir a Hitler de milagro

(Un texto de Fátima Uribarri en el XLSemanal del 3 de abril de 2016)

Dos hermanos que saltaron de un tren con destino a Auschwitz, un joven comunista que sobrevivió a un pelotón de fusilamiento, un zapatero judío que resistió escondido en un desván en Berlín… Todos los protagonistas de este reportaje lograron salvar la vida en medio del horror de la Alemania de Hitler.

A Rolf Joseph, aprendiz de carpintero de 20 años judío, lo salvó la suerte, la ayuda de otros y su valentía. Saltó del tren que lo llevaba a Auschwitz, se tiró por la ventana de un tercer piso para escapar de prisión y se negó a seguir a los policías que lo arrestaron. Sobrevivió escondido en Berlín hasta el fin de la guerra. Puro milagro.

Hannah, Alice, Herbert y Andrea también protagonizaron peripecias increíbles. El historiador Eric H. Boehm recogió sus testimonios y el de otros ocho supervivientes milagrosos en el libro Sobrevivimos, que ahora se reedita y en el que se cuenta cómo opositores y judíos se salvaron en el corazón del imperio nazi. Muchos lo lograron porque ciudadanos alemanes se jugaron la vida para ayudarlos. Lo explica Eugen Gerstenmaier, teólogo y clérigo protestante y opositor al nazismo que fue apresado pero logró sobrevivir: “Goebbels tenía una habilidad diabólica para hipnotizar a las masas, pero no logró convencer a todos los alemanes”.

A Rolf Joseph, el primero que lo ayudó fue el vecino que lo alertó por señas de que se alejara de su casa. el camión de las deportaciones estaba allí; se estaban llevando a todos los judíos, entre ellos, a los padres de Rolf. A partir de ese día, 5 de junio de 1942, Rolf y su hermano Alfred vivieron a salto de mata. los cuatro primeros meses, en la calle; durmiendo en los baños de estaciones del metro; luego los acogió en un sótano inmundo Mieze, una excéntrica vendedora de periódicos viejos con síndrome de Diógenes y una generosidad infinita que compartió con Rolf, Alfred y Arthur (otro chico judío) su cartilla de racionamiento. Mieze los ayudó sin conocerlos.

Se ocultaban en el sótano, pero salían a buscar comida. Rolf se hizo con la documentación de un amigo fallecido. Lo detuvieron en un control y lo acusaron de desertor, lo iban a fusilar como tal, por eso Rolf desveló su condición de judío. Lo encerraron y machacaron a latigazos. Lo metieron esposado en un vagón de tren camino a Auschwitz. Rolf pudo esconder un alicate en su bota. En el vagón cortó las esposas y las de otros cinco presos y rompieron varias tablas.

Tuvieron que enfrentarse a otros pasajeros que les recriminaban que si escapaban el resto sufriría las represalias. Tuvimos que intimidarlos. Solo seis nos atrevimos a saltar. Los demás tuvieron miedo de hacerlo, a pesar de saber lo que les esperaba al llegar a su destino, cuenta Rolf en Sobrevivimos.
Dos se rompieron una pierna al caer, pero no les alcanzaron los disparos. Al cabo de unos días acabaron atrapándolos. En la prisión los machacaron. Rolf quedó maltrecho y con fiebre, fingió tener escarlatina, una enfermedad contagiosa. Lo trasladaron a un hospital prisión berlinés. De allí escapó saltando por la ventana de un tercer piso. Lo ayudó la suerte: los guardas fueron tras el hombre que saltó antes que él. Regresó, en tranvía, al sótano de Mieze.

Pero había que seguir saliendo a la calle a por comida. Un día se encontró con un compañero de colegio que le prometió ayuda. En la siguiente cita, dos oficiales de la Policía Criminal atraparon a Rolf. De nuevo se salvó. Increíble. “Íbamos por la calle. Me paré. Sin saber lo que hacía, les dije: ‘Me pueden matar. Pero no voy a ir con ustedes. Ya tuve suficiente’. Los policías cargaron sus pistolas. Se miraron. Uno le dijo al otro: ‘¿Lo dejamos ir?”. Lo dejaron.
Alfred, Rolf y Arthur vivieron en el inmundo sótano de Mieze hasta que en 1943 fue destruido por las bombas. Se mudaron a una choza de cartones. Por el camino los detuvo un oficial nazi: dijeron que eran emigrantes por bombardeo. Les creyó. Rolf se fabricó una tarjeta de identidad falsa que mostró hasta en tres ocasiones. “Vivimos entre los nazis sin levantar sospechas”, cuenta Rolf. Contactaron con grupos opositores y distribuían pasquines antinazis. A Alfred lo pillaron. Sobrevivió a los campos de concentración y consiguió regresar a la choza, donde se reencontró con Arthur, Mieze y su hermano Rolf.

La Conspiración del té

También se salvaron de manera increíble las opositoras Hannah Solf y su hija, la condesa de Ballestrem Solf. Al salón de casa de Hannah -acaudalada viuda de un embajador alemán- acudían intelectuales, políticos, militares y aristócratas. Parecía que iban a tomar el té. En realidad conspiraban contra los nazis y dirigían una red de salvamento de judíos. Los apresaron a todos. Mataron a la mayoría, pero Hannah y su hija se salvaron. De milagro. Estuvieron en el campo de concentración de Ravensbrück en unas celdas semisubterráneas. “Me subía hasta la ventana y veía sobre mí a las mujeres del campo paradas durante horas interminables”, cuenta la hija de Hannah. Las trasladaron para juzgarlas. El juez había muerto en un bombardeo; su expediente había ardido, pero las iban a ejecutar. El 23 de abril, un amigo consiguió una baja médica para ellas y que las sacaran de aquella prisión. Al día siguiente ejecutaron al resto de las reclusas. Hannah Solf y su hija, supervivientes de lo que se llamó ‘la conspiración del té’, testificaron en Núremberg.

El escritor Günther Weisenborn, condenado a muerte por pertenecer a una organización antinazi, también se salvó in extremis. Consiguió comunicarse a base de golpecitos en la pared con el preso de la celda que había testificado contra él. Tardaron una noche angustiosa en llegar a un código para entenderse. Lo encontraron: la ‘a’, un golpecito; la ‘b’, dos; la ‘c’, tres… Günther convenció al otro de que cambiara su testimonio. Conmutaron su pena de muerte por la de trabajos forzados. Y sobrevivió.

Salvados por extraños

A menudo los salvadores no conocían a sus protegidos. Valerie y Andrea Wolffenstein se mudaron de escondite dieciocho veces durante los dos años y medio que permanecieron ‘sumergidas’. A ellas las ayudó una cadena de soporte de la Iglesia luterana y el doctor Amman, quien las escondió en su casa y que fue uno de los científicos llevados a los Estados Unidos tras la guerra.

A la escritora Alice Stein la ocultó en su casa, desde octubre de 1942 hasta el final de la guerra, Claire, una veinteañera aria que no se perdonaba no haber impedido que deportaran a su mejor amiga, judía, y decidió salvar a otra persona. Compartió todo con Alice, incluida la enorme posibilidad de que las descubrieran.

Increíble del todo es la supervivencia del zapatero Moritz Mandelkern, judío y lisiado por una herida de guerra de la Primera Guerra Mundial. Permaneció 18 meses en la cama de un desván helador, quieto y callado. Cuando un bombardeo destruyó su escondite, salió a la escalera y se topó con un guardián, que sacó su pistola. una bomba oportuna permitió su fuga.

Tampoco el escritor Eric Hopp conocía al director de orquesta que lo ocultó en Eichwalde, un pueblo de mayoría nazi. Hopp, su mujer y su hijo adolescente sobrevivieron gracias a la generosa ayuda de varios benefactores y a la astucia de la mujer, Charlotte, encargada de proveer de alimentos a su marido y su hijo, que al ser hombres en edad militar debían permanecer siempre ocultos.

Charlotte -también judía- se movía por Berlín con una documentación burdamente falsificada. Salió airosa de varios controles. En una ocasión se ofreció como traductora para el oficial que interrogaba a otro pasajero y así consiguió pasar inadvertida. En otra ocasión, los agentes se llevaron al pasajero anterior a ella, y hubo una vez en la que examinaron sus documentos, pero no se dieron cuenta de que eran falsos.

Torturado y fusilado

El colmo de la supervivencia lo protagoniza el comunista Herbert Kosney, que fue encarcelado, torturado ¡y fusilado! Se salvó porque la bala entró por el cuello y salió por la mejilla. Se quedó inmóvil en el suelo. Esperó a que se fueran. Logró caminar. Lo detuvo una patrulla militar. “Señalé mi cara sangrienta y me dejaron seguir”, cuenta. Llegó a casa de su hermano (combatiente en una cédula antinazi y muy buscado por la Gestapo), quien lo llevó al hospital: dijo que lo había encontrado tirado en la calle. Cuando se acercaban los rusos, su hermano lo sacó de allí a hurtadillas para que no lo tomaran por un soldado alemán. Hitler ya se había suicidado. Nosotros le sobrevivimos, apostilla Alfred Joseph.

Fugas asombrosas

Alfred y Rolf Joseph, judíos berlineses, sobrevivieron a salto de mata desde junio de 1942. Rolf saltó del tren que lo llevaba a Auschwitz y se tiró por la ventana del tercer piso de una prisión. Los ocultó en un sótano una excéntrica vendedora de periódicos.

Controles policiales

Rolf y Alfred Joseph salían del sótano de Berlín donde se ocultaban a buscar comida. En un control, Rolf mostró documentos falsos. Lo acusaron de desertor. Lo detuvieron.

Controles constantes

Uno de los principales problemas de los judíos ocultos en Alemania eran los constantes controles en los que se pedía la documentación. Además, corrían el riesgo de que los recono-ciera alguien. No podían acudir a los refugios durante los bombardeos. Cada salida del escondite era un riesgo inmenso.




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