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domingo, agosto 6

Coches sin conductor en los años 30



(Un texto de Cristina Sánchez en elconfidencial.com del 31 de julio de 2016)

“Uno de los productos más increíbles de la ciencia moderna será demostrado en Zanesville este miércoles, cuando el ‘coche fantasma’ sea pilotado por las calles de la ciudad sin un conductor ni un ocupante ni nadie tocándolo, y sin cables conectados”.

Con este entusiasmo describía 'The Times Recorder' la llegada a Zanesville (Ohio) de un revolucionario vehículo que captaba la atención de los ciudadanos en cada localidad que visitaba. Al fin y al cabo, que un coche sin chófer recorriera las avenidas "arrancando, parando, haciendo sonar el claxon, girando a derecha e izquierda, trazando giros en U y círculos" debía ser cuanto menos sorprendente en 1932.

Lógicamente, más de 80 años antes de que el coche autónomo de Google provocara su primer accidente o de que el dueño de un Tesla falleciera en un siniestro cuando llevaba el piloto automático activado, los vehículos sin conductor no se desplazaban ni por inteligencia artificial ni por brujería, como los viandantes debían pensar.

Un humano los dirigía en la distancia gracias a un sistema de control remoto por radiofrecuencia, "el último desarrollo de la ingeniería científica", siguiendo con el artículo de aquel antiguo diario. Aunque la idea parezca extravagante, el también apodado como "coche mágico", que recorrió 37 estados del país norteamericano exhibiendo sus asombrosas cualidades en aquellas fechas, no era el único que circulaba sin que nadie se acomodara en sus asientos antes de la Segunda Guerra Mundial.

Un coche sin conductor por la Quinta Avenida

"No se ha borrado todavía de mi memoria la expresión simpática con que nos recibió, llevándonos a un extremo desde el cual vi por primera vez moverse un triciclo sin que nadie lo condujese", afirmaba uno de los testigos de los inventos de Leonardo Torres Quevedo al diario 'ABC'. A principios del siglo XX, el famoso ingeniero español había desarrollado el ‘telekino’, un precursor del mando a distancia que ejecutaba órdenes transmitidas mediante telegrafía sin hilos.

Unos cuantos años después, un grupo de militares del Ejército estadounidense presentaba en la base aérea de Dayton (Ohio) un vehículo sin conductor de dos metros y medio de largo controlado remotamente desde un camión. El Ejército trabajaba por aquel entonces en el desarrollo de sistemas de radiocontrol para torpedos, aviones y barcos, así que aquella creación, que en realidad no era más que un carro de tres ruedas, era un buen experimento.

El vehículo recorrió las calles de la localidad que vio crecer a los hermanos Wright para satisfacción de los curiosos, a juzgar por las imágenes que publicó el periódico 'The Daily Ardmoreite' aquel verano. "Miles de personas presenciaron la demostración y el tráfico enmudeció en las calles durante la inusual actuación. Aparentemente, la máquina hace todo lo que un motor operado por unas manos humanas podría hacer", aseguraba una breve crónica publicada en 'The Washington Herald' en 1921.

Con el tiempo, las exhibiciones públicas de estos coches se convirtieron en un fenómeno de masas. Fue también un ingeniero que había trabajado para el Ejército el que desarrolló un verdadero automóvil sin conductor controlado remotamente: el American Wonder, que se atrevió a darse un garbeo por Manhattan en 1925.

No obstante, la prueba no salió todo lo bien que se esperaba. Según relataba la revista 'Time', el coche de Houdina Radio Control Company circulaba por la mismísima Quinta Avenida y fue capaz de esquivar a otros vehículos. A pesar de ello, el operador, que lo controlaba desde un segundo automóvil, no pudo evitar que acabara impactando contra un sedán.

El suceso no fue el único problema de Francis Houdina, el creador de aquel prototipo gobernado por dos sistemas de radiocontrol que parecía funcionar por arte de magia. Tras aquella exhibición, tuvo que enfrentarse a la ira de un ilustre ilusionista. Al célebre Harry Houdini no le gustó nada que utilizaran un nombre tan similar al suyo para promocionar aquel sistema, así que se presentó presuntamente en la oficina y destrozó parte del mobiliario. La compañía lo demandó y Houdina negó que quisiera aprovecharse de su reputación. Al fin y al cabo, hacerlo podía suponer que su puntera tecnología se relacionase con aquel maestro del escapismo.

Recorrer Estados Unidos sin nadie al volante

Aunque por aquellas fechas varias empresas se interesaron por el desarrollo de esos peculiares vehículos sin conductor -la Aachen Motor Company también organizaba ‘tours’ con un "coche fantasma"- hubo un piloto que se hizo particularmente famoso por sus ‘shows’: el capitán J. J. Lynch.

Antiguo ’cowboy’, campeón de rodeo, actor de cine y aviador, o al menos eso decía 'The Daily-Times News' en su momento, fue el artífice en la sombra de que el "coche mágico" o el "auto fantasma" recorriera Estados Unidos en los años treinta y cuarenta. Un dispositivo que generaba impulsos eléctricos le ayudaba a manipular los frenos, el volante y el claxon de los coches que circulaban vacíos, provistos de una antena esférica conectada a un sistema de tubos, cables y baterías para recibir las órdenes en código Morse.

Pese a que Lynch parezca ahora un visionario de los coches autónomos, en realidad el fin de aquellas demostraciones era mucho menos ambicioso. Habían pasado pocos años desde el nacimiento del Ford T en 1908, el primer coche fabricado en serie, y la seguridad comenzaba a ser una de las preocupaciones de las autoridades.

Así que debieron pensar que el coche mágico bien podía servir para demostrar que los automóviles eran seguros y estaban capacitados para cumplir todas las normas de tráfico: solo era necesario que alguien los condujera adecuadamente. "Las conferencias de seguridad normales dejan un sabor amargo en la boca de todo el mundo, especialmente cuando le empiezas a contar sus defectos como conductor", comentaba el capitán Lynch. "Pero cuando les ofreces este tipo de demostración y les hablas de seguridad al mismo tiempo, te escuchan y comienzan a interesarse".

Lynch tenía razón, a juzgar por la publicidad que los medios daban a sus espectáculos. "¡Científico! ¡Educativo! ¡Una maravilla espectacular!", rezaba un anuncio que informaba de la llegada del coche fantasma a Santa Ana (California). No en vano, el "famoso" ingeniero había sido capaz de instalar su sistema en vehículos comerciales, como en un automóvil de la desaparecida Pontiac -la misma marca que dio vida al célebre Kitt de ‘El Coche Fantástico’- e incluso había presumido de su sistema ante el Capitolio.

Los únicos coches por control remoto que sobreviven son de juguete. Pero los vehículos autónomos están a la vuelta de la esquina.

Por entonces, otros imaginaban que el control remoto no solo serviría para demostrar la seguridad de los sorprendentes coches que parecían guiados por algún espectro. Futurama, una muestra patrocinada por General Motors que formaba parte de la Exposición Universal de Nueva York de 1939, presentó un concepto futurista para evitar que los automóviles colisionaran. Gracias a un "sofisticado sistema de radiocontrol", los vehículos del mañana circularían por la carretera separados por una distancia adecuada.

Aquel proyecto nunca llegó a ver la luz, los coches fantasma que atraían a multitudes acabaron por desaparecer, y los escasos vehículos teledirigidos que continúan avanzando sobre cuatro ruedas son de juguete. Sin embargo, los automóviles mágicos siguen existiendo y, seguramente, hasta tú te compres uno dentro de pocos años. La diferencia es que ahora están llenos de sensores y no dependen de que un humano decida cuándo hay que pisar el acelerador.

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