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martes, marzo 28

El incidente de Agadir



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 1 de julio de 2016)

Agadir, 1 de julio de 1911. La llegada de una cañonera alemana, a punto de provocar la Gran Guerra.
La matanza de 1914 fue una tragedia muy anunciada. Desde décadas atrás las dos principales potencias continentales, Francia y Alemania, mantenían una hostilidad que solo podía acabar en guerra, y que arrastraría al mundo a lo que se llamó Gran Guerra o Primera Guerra Mundial.

La germanofobia francesa era un sentimiento primario y natural, nacido de la humillación. En 1870 los prusianos habían aplastado al Ejército francés, proclamado su II Reich (Imperio) en Versalles, y se habían quedado con Alsacia y Lorena. El revanchismo estaba por tanto generalizado entre militares y políticos, a derecha e izquierda, y por supuesto en el ámbito popular.

La inquina alemana era más compleja. Alemania, a principios del siglo XX, era la nación más desarrollada y con el mejor Ejército del mundo, la más poblada de Europa Occidental, y sin embargo no disponía de un imperio colonial para expandirse, solo le habían caído unas migajas en el reparto de África. Ver que Francia, a la que habían vencido, era dueña de media África, provocaba un sentimiento de agravio. Para remediar esa frustración, desde finales del XIX, Berlín emprendió un programa naval que la convertiría en una potencia sobre los mares, y una diplomacia agresiva en Oriente Medio y África.

En 1905 tuvo lugar la I Crisis de Marruecos, cuando Guillermo II, en crucero de placer por el Mediterráneo, desembarcó en Tánger en olor de multitudes y proclamó su apoyo a la soberanía marroquí, declarando que Alemania no permitiría que Francia fuese la dueña absoluta de Marruecos. Para remediar aquella crisis, la Conferencia de Algeciras repartió en 1906 el protectorado de Marruecos entre España y Francia. Era un remedio de urgencia, pero no resolvía nada, y cinco años después sobrevino la II Crisis o Incidente de Agadir.

En 1911 Marruecos ardía en rebelión contra el sultán. En esas circunstancias, las potencias europeas intervenían en defensa de sus intereses y súbditos, era la “política de la cañonera” aceptada por todos. Alemania envió un buque de guerra, el Panther, a proteger a sus comerciantes en Agadir, el mejor puerto atlántico del protectorado, una base naval estratégica, y muchos franceses reaccionaron como si los alemanes hubieran invadido el suelo patrio. Era la excusa para la guerra que buscaban los revanchistas, y la contienda habría estallado de no ser presidente del Gobierno Joseph Caillaux.

Personaje de Proust
 Con su aspecto de dandi altanero, Joseph Marie Auguste Caillaux da la imagen tópica del vástago de las clases altas de la Belle Époque, como los que retrata Proust. Y lo es: papá ministro, colegio de jesuitas, brillante hacendista, político ganador, rico… Pero Caillaux es un republicano radical, un progresista que ha militado a favor de Dreyfus y, sobre todo, ha inventado algo que le ganará el odio eterno de la derecha, el impuesto progresivo sobre la renta. Además Caillaux es pacifista, lo que unido a que, según un cronista francés, “cultiva el arte de hacerse antipático”, le hace detestable también en el centro y la izquierda, incluidos sus compañeros de Gobierno y camaradas ideológicos Poincaré y Clemenceau, futuros presidente de la República y primer ministro durante la Gran Guerra, ambos belicistas.

Caillaux sabe que muchos miembros de su propio Gobierno quieren la guerra, de modo que puentea a su ministro de Exteriores y lleva directamente las negociaciones con Alemania. Tiene fama de excelente polemista y negociador, además de genio de las finanzas, de modo que sabe que toda negociación exige pagar un precio. Afortunadamente tiene la bolsa repleta de la moneda que ambiciona Alemania. Le ofrece al káiser una parte del Congo Francés, además de derechos para comerciar en las colonias francesas, y obtiene a cambio el reconocimiento alemán de la supremacía francesa en Marruecos.

Dándole al káiser un trozo de tarta africana, Caillaux no solo evita la guerra inminente, sino que elimina el foco de conflictos con Alemania que es Marruecos, e inicia la colaboración con el vecino país que, según él, debe substituir al revanchismo. Pero para muchos franceses se ha convertido en un repugnante traidor, y de hecho Clemenceau lo hará procesar por traición en 1918 y será condenado a tres años de prisión –aunque luego será amnistiado y rehabilitado–.

Pero antes de ese miserable ajuste de cuentas, en 1914, Caillaux está a punto de volver a ser nombrado jefe de Gobierno, solo le falta un trámite, ganar en las elecciones de abril su escaño de diputado por Mamers, como ha hecho ya cuatro veces consecutivas. En Historia no se puede especular con los contrafactuales, pero cabe hacerse ilusiones: ¿habría evitado Caillaux la Gran Guerra otra vez, como hizo en Agadir?

La derecha y los revanchistas lanzan una feroz y sucia campaña de injurias y calumnias contra Caillaux, encabezada por Le Figaro, para impedirle ser primer ministro. Sin poder soportarlo, rotos los nervios, la esposa de Caillaux, cuya fama también ha sido pisoteada por Le Figaro, asesina al director del periódico.
El escándalo da la excusa al presidente de la República, el belicista Poincaré, para no encargar a Caillaux la jefatura del Gobierno, pese a que vuelve a ganar las elecciones. Y estalla la Guerra del Catorce, aunque eso es otra historia… 

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