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lunes, febrero 6

Hombres de Caravaggio



(Un texto de Vicente Molina Foix en la revista Tiempo del 1 de julio de 2016)

Muchos hombres fueron detrás de Caravaggio a lo largo del siglo XVII, aunque también le siguió una mujer, una gran pintora, Artemisia Gentileschi, hija de otro excelente artista, Orazio, que tuvo el privilegio de tratar de cerca en Roma al maestro, trasmitiéndole a Artemisia las enseñanzas del dramático frenesí y el naturalismo descarnado que son la marca del nacido como Michelangelo Merisi, y llamado, por el pueblo de origen de sus padres, Caravaggio. 

Muchos hombres fueron detrás de Caravaggio a lo largo del siglo XVII, aunque también le siguió una mujer, una gran pintora, Artemisia Gentileschi, hija de otro excelente artista, Orazio, que tuvo el privilegio de tratar de cerca en Roma al maestro, trasmitiéndole a Artemisia las enseñanzas del dramático frenesí y el naturalismo descarnado que son la marca del nacido como Michelangelo Merisi, y llamado, por el pueblo de origen de sus padres, Caravaggio. Ni Orazio ni Artemisia figuran, naturalmente, en la deslumbrante, imprescindible exposición del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (abierta hasta el 18 de septiembre), porque su comisario ha tenido la buena idea de agrupar, al lado de una magnífica docena de telas de Caravaggio, a aquellos que se conoce en la historia del arte como “caravaggistas del Norte”, procedentes en su mayoría de Holanda (y muy concretamente de Utrecht), de Bélgica, Alemania y Francia. Queda pues sin explorar en esta ocasión la rama Sur, en la que, junto a los Gentileschi y otros notables pintores italianos encontraríamos a Georges de La Tour, recientemente homenajeado en el Prado, y al valenciano Ribera, sin duda el más genial de todos.

En las paredes del Thyssen, que cuenta en su colección permanente con al menos cuatro de los mejores cuadros ahora reunidos, asistimos al nacimiento de un ismo del siglo XVII, después muy extendido y perdurable, hasta finales del XVIII (por ejemplo en la obra del extraordinario pintor inglés Joseph Wright de Derby). La parte esencial de estos pintores del Norte aquí seleccionados se concentra en torno a los nombres de los artistas de Utrecht, Hendrick ter Brugghen, Dirck van Baburen y sobre todo Gerhard von Honthorst, a quien en Italia, donde residió, le llamaban “Gerardo delle Notti”, por su preferencia por las sombrías iluminaciones nocturnas.

Quizá la obra más fascinante de estos discípulos de Caravaggio sea la llamada Alegre compañía con tañedor de laúd, que llega a Madrid desde la galería Uffizi de Florencia. Se trata de un cuadro festivo e inquietante: un grupo de hombres y mujeres jóvenes bebiendo, sonriendo y celebrando una fiesta, mientras que en el extremo superior derecho del lienzo, una ceremonia difícil de descifrar, con un hombre que se deja meter un alimento en la boca ante la risa de una anciana pícara; las interpretaciones que se le dan varían, aunque la más sensata apunta a la representación de la gula en un contexto de placeres.

Destaca también por su calidad pictórica otro cuadro del contingente holandés, Esaú vendiendo su primogenitura, obra de Ter Brugghen con una originalísima colocación de miradas y luces indirectas. Sin olvidar, en este conglomerado de europeos unidos por Caravaggio, a dos magníficos franceses, Nicolas Régnier, autor de un doble autorretrato muy llamativo, y Valentin de Boulogne y su David con la cabeza de Goliat, en el que este pintor nacido en Coulommiers y establecido hasta su muerte en Roma, da a un tema muy del maestro un sesgo psicológico propio en la figura de David, que parece un héroe romántico o, si lo miramos con ojos de hoy, un rebelde indignado a pecho descubierto. 

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