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jueves, octubre 13

Conejos de corral



(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 23 de noviembre de 2014)

Hoy ya nadie cría conejos en casa, pero hace en unas décadas rara era la familia de pueblo que no lo hacía. Costaba poco esfuerzo y garantizaba despensa. No siempre se los recluía en jaulas y no era extraño que correteasen sueltos por el corral.

En el Sobrarbe oscense para evitar que las ratas entrasen en tan tentador recinto colocaban en la puerta un cráneo de burro (así lo documentó Severino Pallaruelo). Además, era conveniente que por el mismo local revoloteasen unas cuantas palomas para evitar que los conejos enfermaran de peste, según conseja de la veterinaria popular.

En Tarazona, las ramas de chopo que adornaban el arco de San Juan en los días de su fiesta acababan el ciclo corno alimento de los conejos domésticos, de eso me informó Víctor Azagra. Palacín Latorre, erudito de esta faceta de la etnografía, escribió en la revista de la Asociación de Amigos del Serrablo: «Los conejos quedan protegidos durante un año de enfermedades, cortando en primavera una rama gruesa de pino a la que se quitan todas las ramas laterales y colocándola en el conejar. Al comerse los animales la corteza, "se hacen un saneamiento muy fuerte", que les permite vencer toda enfermedad”.

Siglos atrás, se llevaba una pata de conejo en el bolsillo para esquivar los encantamientos (si esa pata era la derecha aliviaba los dolores reumáticos y los calambres). Lo cuentan Candón y Bonnet en el libro de Anaya «!Toquemos madera!», un diccionario de las supersticiones españolas donde añaden: «Se dice que los niños recién nacidos tendrán buena suerte y estarán protegidos de los malos espíritus si se les toca con la pata de un conejo. Si la pata de conejo se pone debajo de la almohada, les previene contra los accidentes. Se cree que poner una pata de conejo sobre la mesa trae buena suerte en el juego».

Rafael Andolz recogió en el Alto Aragón tradiciones médico-mágicas: «Para descomposiciones fuertes y dolores de vientre, se despelleja un conejo en vivo y la piel se le enrolla en el vientre del enfermo (Tramacastilla, Monesma). En Monzón, para aliviar dolores, especialmente cólicos de vejiga y riñón, se aplica sobre el vientre un conejo abierto en canal, en vivo, fajando todo lo fuerte que se aguante. También lo hacían en Ejep y en Robres para las pulmonías. Y muy parecido en Villacarli: se refrota por el pecho y la espalda la piel de un conejo por la parte inferior cuando está recién muerto».

En la Alta Ribagorza estaban convencidos de que si los conejos se apareaban en noche de luna llena tendrían carnadas muy numerosas. Por cierto, en Caspe al macho que cubría a las conejas se le llamaba 'matacán'. Y, mira por donde, he vuelto a nombrar a mi pueblo en un artículo. Será porque pienso como Julio Verne: «No se nace en un lugar para después no sentir nada ante ese sitio donde uno ha sido acunado por la mano de una madre. Las fibras del ser humano no pueden estar gastadas hasta el punto de que ni una sola vibre todavía cuando uno de estos recuerdos la toca» (El archipiélago en llamas, 1884).

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