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lunes, octubre 31

Celebrar la muerte

(Un texto de Rafael Cerro en la revista Tiempo de Hoy del 28 de octubre)

No solo es Halloween ni todos los santos. El mundo está lleno de ritos y celebraciones para reconciliar a los vivos con los muertos.


La acepción más popular de escatológico en nuestro diccionario, que es la segunda, lo define como lo referente a los excrementos. Pero la primera afirma que la escatología es el conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba. La voz macabro designa a lo que participa de “la fealdad de la muerte y de la repulsión que esta suele causar”. Junto con los muertos, la Parca baja a la Tierra y convive con los vivos. En algunos lugares genera fiestas que la entienden como parte de la vida, no como su final. Las culturas americanas prehispánicas conciben la idea de la muerte como umbral, como un acontecimiento que no debe entenderse necesariamente como el final de un ciclo, sino como la continuación de este. Así es en la cultura andina aimara. Se entiende que el que fallece sencillamen te ha partido. Ese tránsito de la vida a la muerte es, a veces, un momento emblemático, un umbral que causa temor, pero también curiosidad o afinidad. En casi todas partes se han generado creencias en torno a la muerte que han logrado desarrollar ritos o tradiciones para venerarla, honrarla o espantarla, o incluso para burlarse de ella con determinados rituales.

Las primeras celebraciones nacieron hace más de 2.500 años: era el festival pagano de los celtas en celebración del año nuevo. El significado de la denominación provendría de la expresión inglesa All Hallow’s Eve, víspera de todos los santos, que habría derivado léxicamente en Halloween. Los celtas creían que la noche del 31 de octubre, finalizada la cosecha, los espíritus de los muertos vagaban por la Tierra. Inventaron conjuros para ahuyentar la cólera de los fallecidos que deambulaban, se cobijaron junto a hogueras sagradas e incluso se disfrazaron ellos mismos de muertos para camuflarse entre los espíritus. Los colonizadores irlandeses que llegaron a América en el siglo XVIII exportaron la leyenda de All Hallow’s Eve. Esta noche de las brujas, convertida en Halloween, ha hecho desde Estados Unidos el camino de vuelta hacia Europa y se celebra en casi todos los países de nuestro entorno. En Latinoamérica, la fiesta de los muertos es muy anterior a la colonización colombina y está marcada por el sincretismo o combinación de diferentes tradiciones. Entre las que aún se mantienen en varios países está la que sostiene que las almas vienen a la Tierra para traer con ellas la fertilidad de los campos. Precisamente en noviembre se inicia la época de la siembra en el altiplano.

La tradición religiosa mesoamericana sufrió transformaciones culturales con la llegada de los españoles, cuya conquista se fundamentó en la evangelización. Para fomentarla, los religiosos buscaron la destrucción de las antiguas creencias y de sus prácticas, que consideraban actos de idolatría. Así, las deidades de la muerte fueron destruidas. No lo fue el culto a los muertos, que en un ejercicio de sincretismo terminó reuniendo los conceptos y prácticas de las culturas de ambos lados del charco. México es el país con las celebraciones más famosas del día de los antepasados, que la Unesco ha declarado Patrimonio de la Humanidad. Hay allí rastros históricos de celebraciones que, en efecto, eran muy anteriores a la llegada de Colón. De ello se observan restos históricos en culturas como la purépecha, la maya o la totonaca.

En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El llamado Día de muertos es una celebración mexicana que honra a los difuntos durante los días 1 y 2 de noviembre y que coincide por ello con las celebraciones católicas del Día de todos los Santos. Es una festividad no solamente mexicana sino centroamericana, que se celebra también en las comunidades de Estados Unidos en las que existe una gran población procedente de los países de esa zona. El festival que se convirtió en el Día de muertos era conmemorado el noveno mes del calendario solar de la cultura mexica, cerca del inicio de agosto, y era celebrado durante un mes completo. Las festividades eran presididas por la Dama de la muerte, la diosa Mictecacíhuatl. Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos.

Aunque se han convertido en un símbolo nacional y son enseñados a los niños en las escuelas del país, estos festejos no son propios de todos los mexicanos, pues existen muchas familias más apegadas a celebrar el Día de todos los Santos durante el 1 de noviembre, como se hace en otros países católicos. La influencia de Estados Unidos se evidencia en muchas zonas con la presencia de la fiesta conocida como Halloween, que es cada día más celebrada. De ahí también que exista entre los propios mexicanos una inquietud por preservar el Día de muertos como parte de su tradición sobre otras celebraciones parecidas. En Madrid hay un día mexicano de los muertos. El Museo de América, en colaboración con la Asociación Colonia Mexicana en Madrid, celebra cada año por estas fechas su tradicional altar de muertos, dedicado a un tema concreto en cada ocasión. En torno al altar se programa un ciclo completo de actividades sobre el país: hay demostraciones folclóricas, catas de tequila para calmar la sed del espíritu y degustaciones de los alimentos tradicionalmente utilizados como ofrenda en el altar de muertos.

Estas aras recuerdan a los familiares y amigos muertos. Antes de la llegada de los españoles, esa celebración se realizaba en el mes de agosto y coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, la calabaza, el garbanzo y el frijol, que habitualmente eran parte de la ofrenda. Eran y son momentos de reunión de todos los miembros de la familia, tanto los vivos como los que ya no lo están, de manera que fortalecen su identidad. Actualmente, la fotografía del ser querido ocupa el lugar principal del altar y en torno a ella se colocan sus objetos personales: los platillos con los alimentos que prefería, sus cosas predilectas, el tabaco y hasta una botella con el licor que más le gustaba. La idea es que el difunto pueda volver ese día a la casa y hay que atenderlo bien. También se colocan en el lugar algunas imágenes religiosas y otros objetos decorativos como flores, calaveritas de azúcar y el pan de muerto. Todas son parte de la tradición antigua, al igual que el copal y el incienso de olor penetrante que invaden el aire y le dan un olor más místico, más pagano o misterioso, haciéndonos creer que realmente los muertos pueden venir.

Los europeos añadieron a estos ofrecimientos algunas flores y velas de alto valor simbólico y los indígenas le agregaron el olor intenso del sahumerio, así como el agua para que las ánimas mitigasen su sed después de su largo recorrido. La ofrenda terminó convirtiéndose en un reflejo del sincretismo del viejo y el nuevo mundo. También añadieron panes ensartados en cañas. Los primeros simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos; y las cañas, las varas donde estos se ensartaban.

En los altares infantiles se incluye el perrito izcuintle, que logra que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perro ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán, el nivel inferior de la tierra de los muertos en la mitología del lugar. Sobre todo ello, el retrato del recordado, que evoca al ánima que nos visitará. Debe quedar escondido de manera que solo pueda divisarse con un espejo, para dar a entender que el ser querido ya no existe... a pesar de que se le pueda ver. Las calaveras de azúcar son una alusión a la muerte siempre presente. Se puede incluir chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados lo tomaban preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse y se impregnaban así de su esencia. El licor es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables de la vida del finado y él se decida así a visitar a los vivos, y hay un aguamanil por si quiere lavarse las manos después del largo viaje.

Halloween tuvo su origen en Irlanda y allí se encienden hogueras místicas. En las zonas rurales, los niños salen disfrazados a pedir dulces y se cuelga del marco de una puerta una manzana que los pequeños deben morder sin agarrarla. Los niños compiten por dulces contando chistes, narrando historias o cantando. Las mujeres pelan una manzana frente a un espejo iluminado por un candelabro y la leyenda cuenta que, si se pela la fruta y la monda queda formando una sola tira, el espejo mostrará la imagen del futuro esposo.

La tradición más cinematográfica, la de Estados Unidos, ya no se circunscribe a aquel país, pues ha colonizado medio mundo. En Halloween, los niños y jóvenes se disfrazan para la ocasión y pasean por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta. Tras llamar pronuncian la frase “truco o trato”, que probablemente significa “dulce o travesura”. Si los adultos se niegan a darles caramelos, los chicos les gastarán una pequeña broma, como arrojar contra la puerta huevos o espuma de afeitar. Tanto en Irlanda como en el Reino Unido, desde el año 100 de nuestra era se mezclan dos fiestas: el festival Samhain y la festividad Pomona Day, dedicada a la diosa de los jardines y frutas. Estas celebraciones fueron las que dieron origen al Halloween actual. El Samhain significa “final de la cosecha” y se sigue celebrando el 31 de octubre, pues ese era el tiempo en que los antiguos celtas almacenaban provisiones y sacrificaban ganado para prepararse para el invierno. Los celtas creían que, durante la noche en la que celebraban esta festividad, los espíritus de los muertos volvían a visitar el mundo de los mortales. Por eso encendían grandes hogueras con las que ahuyentaban a los malos espíritus. En España, el 1 de noviembre es el día en el que se recuerda a quienes ya no están. Se visitan los cementerios llevándoles flores, con frecuencia crisantemos. En algunas localidades, la celebración de los muertos ha adquirido un carácter todavía más festivo; por eso, en las calles se celebran desfiles y también concursos de disfraces.

Las celebraciones están muy extendidas también en Asia. En India existe el rito de Mahalaya del 1 de noviembre, que consiste en rezar para invocar a los espíritus de sus antepasados. Es de gran importancia para la vida espiritual de los hindúes. En China, a primeros de abril se celebra el festival Brillante y resplandeciente, o Ching Ming. Se asean las tumbas y todos se reúnen a rendir homenaje a los fallecidos comiendo. Se quema dinero como símbolo de prosperidad y la gente se protege de los espíritus malignos colgando de sus puertas ramitas de sauce, que es símbolo de luz y enemigo de la oscuridad. Creen que, si no lo hacen, regresarán a otra existencia convertidos en perros amarillos.

En Tailandia se celebran procesiones con música y desfile de máscaras. Hay un festival budista que dura tres días y los jóvenes varones salen disfrazados de espíritus y fantasmas para gastar bromas a los aldeanos. En India, el rito marca el comienzo de un año de paz; se reza para invocar a los espíritus pasados. En Nepal, simboliza al fallecido una vaca a la que se le hacen fiestas y homenajes. En Japón, de las fachadas de las casas se cuelgan linternas para alumbrar el camino de los espíritus que vienen de visita. Una vez que el gran día ha pasado, las linternas se depositan en el río para que guíen las almas de vuelta al más allá. En Corea del Sur, la gente come junto a las tumbas y, desde luego, las relaciones sociales se prolongan más allá de la finitud. Allí hay realmente dos fechas especiales para el culto a los muertos, la fiesta del Solal o año nuevo chino, en el mes de febrero, y la fiesta de las cosechas o Chusok en el mes de septiembre. En estas dos festividades el lugar preponderante en la celebración lo ocupa la ofrenda y reverencia a los antepasados. En el caso del Solal, en casa se acomodan la comida y la bebida para los ancestros y frente a estas ofrendas se colocan las tablillas de los antepasados, que son de madera o piedra y llevan grabados los nombres de los difuntos de la familia. Son muy importantes porque se considera que el alma del finado pasa a través de estas tabletas al hogar para consumir los alimentos que se le ofrezcan. Durante ambas fiestas, el país entero se paraliza por cuatro días para que todos puedan atender sus obligaciones con los ancestros. La familia se reúne en extenso y las visitas entre miembros de la familia y amistades son muy frecuentes. Todos deben postrarse en reverencia frente al altar familiar para honrar a los muertos y después los jóvenes se postran frente a sus mayores, quienes les dan dinero después de ser reverenciados.

Siete meses después, en Chusok, se vuelve a agasajar a los antepasados. Estos son parte integral del clan, pues el vínculo familiar no se disuelve con la muerte. Las decisiones importantes, como las bodas, las mudanzas o la elección de colegio, se les consultan a los antepasados, que no pueden ser engañados. La tradición budista establece que cuando una persona muere se recurra a la “corte de los muertos”. Es un edificio situado a un lado del principal en cada monasterio budista. En él hay una estatua de Buda rodeada por diez grandes estatuas que representan a los diez reyes del más allá, que juzgarán al fallecido. El culto a los muertos se instauró con el fin de saldar una deuda e impedir que vuelvan, pues resultaría terrorífico que regresaran. En esta vivencia oriental, todo el culto y la ofrenda es un constante “regresa”, un continuo “tú sigues perteneciendo a este lado”.

Cabe señalar también que las prácticas rituales y las representaciones sociales en derredor de la muerte sirven para afrontar la dureza de la separación física. Es una necesidad psicológica innegable y también una forma de despedir al muerto poco a poco, de desapegarse paulatinamente de él. Dado que la muerte es un acontecimiento desconcertante, definitivo, doloroso, confuso y conflictivo, psicológicamente morir implica un proceso para recuperar la cotidianeidad de los vivos. Por eso son tan útiles los rituales: porque ayudan a reconstruir la realidad sin el muerto, a asumir la ausencia reconstruyendo la presencia. La muerte es un proceso social y lo individual involucra a todo el colectivo y lo incita a asumir la partida del muerto, en necesaria confrontación con la propia muerte.

La última tradición macabra de Europa es la procesión que cada Semana Santa se celebra en el municipio gerundense de Verges. Una danza de la muerte con antorchas conservada desde la Edad Media, época en la que se asociaba a las epidemias de peste negra. Diez esqueletos recorren las calles bailando una elaboradísima danza al son de un timbal para recordarnos que la Parca no perdona a nadie. Y que los muertos son seres sociales que nunca dejan de formar parte del colectivo.

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