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viernes, febrero 26

Los idealistas que sacudieron el ‘e-mundo'



(La columna de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 25 de mayo de 2008)

Gracias, gracias, gracias. Lo digo tres veces porque tengo que mostrar mi agradecimiento a tres personas altruistas que, en vez de buscar su propio beneficio, hicieron un sacrificio portentoso y regalaron sus inventos al mundo. Y vaya si lo hemos notado todos.

El primero de ellos es Ray Tomlison, ingeniero y programador del MIT (Massachusetts Institute of Technology) que trabajaba para Arpanet hace muchos años. Arpanet era la red que conectaba los ordenadores del Pentágono y que luego se convirtió en un tejido que incluía universidades y centros de investigación del mundo. El señor Tomlison pretendía hacer más rápida la forma en que los científicos e intelectuales se intercambiaban información electrónica por esa red, de modo que en el tosco correo electrónico de entonces se le ocurrió poner el nombre de la persona y luego el servidor. Y escuchen esto: en medio de esas dos claves decidió situar la arroba como signo separador, ese signo llamado @ que hoy usamos todos. Era el nacimiento del correo electrónico moderno.

¿Por qué la arroba? Porque era una tecla casi inservible que estaba a la derecha de la letra P de su máquina Teletype 33. Para que se sorprendan, la arroba es uno de los signos más antiguos de la cultura europea. Originalmente viene de la preposición latina ad (que significa «hacia» o «a»), pero los escribas del siglo VI, esos copistas frenéticos de la antigüedad (en realidad eran fotocopiadoras humanas) escribían tan deprisa que fundieron los dos signos en uno y crearon el signo @ para ganar tiempo. En inglés se le llamó «at» y era un símbolo comercial que quería decir «cada uno al precio de...». Por así decirlo, 3 barriles@200 libras significaba: «Tres barriles, cada uno al precio de 200 libras». Seguro que eran de cerveza.

El signo cogió fuerza por Europa y recibió toda clase de nombres curiosos: «oreja de elefante» en Suecia, «cola de mono» en Holanda, «chiocciola» (caracol) en Italia, y en español «arroba», que era una medida medieval de peso que procede del árabe «rub». Y ha llegado hasta hoy, que es empleado como el signo matemático del área. Alguien lo incluyó por capricho en las máquinas de escribir situándola por encima de la tecla A.

Bueno, no nos despistemos que ahora viene lo bueno: Tomlison no cobró ni un dólar por rescatar la arroba para los correos electrónicos. Ni jamás lo pretendió. Donó su idea a la humanidad y gracias a ello no pagamos royalties por ese servicio.

El segundo idealista del que quiero hablar se llama Tim. Bueno el nombre completo es Tim Berners-Lee. Ahora todos le llaman Sir, porque es un caballero británico. El buenazo de Tim se pasaba el día consultando archivos científicos en todo el mundo. Lo hacía porque trabajaba en el CERN (el Consejo Europeo de Investigaciones Nucleares), en Suiza. En dicho laboratorio sabían que mientras más conocimiento chupasen de otras partes del mundo, más rápido avanzarían en sus investigaciones. El obstáculo era que para realizar eso, se necesitaba conectarse con ordenadores del planeta a través de un sistema engorroso y complejo que agotaba al más osado. Imagínense la tarea: era como escribir una carta de amor, meterla en un sobre, ponerle el sello de cera y enviarla. Y esperar la respuesta.

Por eso el joven Berners-Lee pensó que sería fabuloso que los ordenadores del mundo hablasen el mismo idioma. ¿Qué tal si lo invento yo?, se dijo. Lo llamó HTML (Hyper Text Markup Language). No contento con eso, él y su colega Robert Caillau, pensaron lo siguiente: Oye, ¿y si los ordenadores del mundo pudieran conectarse por una autopista internacional sin aduanas? Y se les ocurrió la World Wide Web. Una prodigiosa telaraña que nos uniese a todos a la velocidad de la luz.

La pusieron en marcha a principios de los alias 90 pero, claro, si la patentaban y cobraban royalties, pues se iba a desarrollar muy lentamente, generaría conflictos de interés, habría compañías interesadas en monopolizarla, así que el 30 de abril de 1993, los Científicos del CERN decidieron renunciar a los derechos intelectuales de la www, y la regalaron a la humanidad (pueden ver la historia y el interesante documento en http://news.bbc.co.uk/2/hi/technology/7375703.stm).

Y el tercer bicho raro es finlandés, se llama Linus Torvalds y se ha convertido en la mayor amenaza de Microsoft. Este periódico se convirtió en 1996 en uno de los primeros del mundo en hablar de Torvalds el cervecero. Voy a contar cómo lo descubrí: yo estaba trabajando en este periódico y se me acercó el jefe de internet para decirme: «Oye, deberíais escribir algo de Linus Torvalds. Ha inventado un programa llamado Linux que es gratuito, que sirve para que funcionen los ordenadores y que se beneficia de las aportaciones de los informáticos del mundo entero». Yo entendía menos de la mitad de lo que me decía, pero mi curiosidad me llevó a consultar la página web de Linus. Cuando la abrí, me encontré con una serie de fotos de un joven rodeado de botellas de cerveza. «¿Y pretendes que hagamos un reportaje de este borrachín?», dije.

Me fie de su palabra y lo hicimos. Hoy muchos reconocen al pingüino Tux que caracteriza al logotipo de Linux como la enseña de un programa de código abierto que está arrasando en el planeta por su fiabilidad.

Torvalds inventó Linux, como dice su autobiografía, «sólo para divertirme» (Just for Fun, Harper Business), y por eso lo cedió al planeta humano. De modo que tenemos a tres idealistas gracias a los cuales los terrícolas se comunican mejor y más barato: Tomlison, Berners-Lee y Torvalds.

Justo en estos días se celebraban en todo el mundo los 15 años del nacimiento de la World Wide Web, y por ese motivo, es bueno recordar que detrás de grandes proyectos empresariales que han sacudido el mundo, no siempre están los Tíos Gilitos que se frotan las manos y conspiran para extraer de la humanidad hasta la última gota de sangre. También hay idealistas que han formado una ONG invisible de la comunicación. Gracias, chicos.

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