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martes, febrero 26

Los intentos de deshacerse de los islotes

(Un artículo de María Rosa de Madariaga en El País del 10 de septiembre de 2012)

Si el año de 1492 marca el final de la presencia política del islam en la península Ibérica, inaugura también un periodo que, como destaca el profesor Pierre Vilar, constituye "una continuación de la Reconquista en África, con un aspecto feudal, militar". Los ataques de los señores andaluces al otro lado del Estrecho eran auténticas razias para hacerse con un botín y enriquecerse, pero paralelamente había intereses de Estado. Después de la caída de Granada en 1492, muchos musulmanes españoles emigrados se habían refugiado en territorio marroquí y para la monarquía española la necesidad de proteger el sur de España de posibles ataques procedentes del Magreb exigía la posesión de algunas plazas fuertes y de una base de operaciones del otro lado del Estrecho. El gran impulsor de las expediciones en África del Norte fue el cardenal Cisneros, quien equipó a sus expensas barcos y tropas al mando de Pedro Navarro, un aventurero, él mismo antiguo corsario. Sería este quien conquistara el peñón de Vélez de la Gomera en 1508. Los marroquíes lo recuperaron en 1522, para volver a manos españolas en 1564.

A las motivaciones que llevaron a estas conquistas en el litoral norteafricano vino a sumarse en el siglo XVI la aparición del gran corso berberisco, primero con los hermanos Barbarroja y luego con Dragut, apoyado por el Imperio Otomano, que se erigía como nueva potencia islámica en el Mediterráneo.

La predicación contra el islam prosiguió, esta vez contra el Turco, pero detrás de las exhortaciones en nombre de la fe cristiana yacían intereses políticos y económicos: la necesidad de defender el territorio contra toda posible agresión procedente del sur y proteger el comercio marítimo. El pretexto para la ocupación del peñón de Alhucemas el 28 de agosto de 1673 volvía a ser el de que allí encontraban refugio y
albergue los corsarios que, en sus correrías e incursiones, atacaban las naves de las naciones cristianas.

Los dos peñones sufrieron ataques continuos de los habitantes de la costa para recuperarlos. Las condiciones de vida eran allí muy duras, llenas de privaciones —falta de agua y escasez de alimentos—, sobre todo en épocas de asedio, y calamidades como las terribles epidemias que diezmaban a las guarniciones y a la población penal. Cuando en el siglo XVIII el corso dejó de ser el principal problema, los peñones pasaron a ser presidios, no solo para criminales, sino también para confinados políticos a lo largo del siglo XIX, ya estuvieran adscritos al campo liberal o al carlista, según las épocas. Particularmente terribles fueron las epidemias de peste en 1743-1744, la de escorbuto en 1799 y la de fiebre amarilla en 1804 y 1821.

Desde mediados del siglo XVIII, los gobernantes españoles empezaron a plantearse la cuestión de si los gastos para el mantenimiento de esos enclaves valían o no la pena y no sería más conveniente abandonarlos.
Más que un abandono puro y simple, se trataría de una cesión al sultán a cambio de ciertas ventajas económicas en el Imperio Jerifiano. Esta idea fue rechazada en 1801 por Godoy, para quien la cesión a Marruecos sería contraria a los "intereses de España". Años después, la Junta Central, por un lado, y José I, por otro, entablaron negociaciones con el sultán para la cesión de ambos peñones, aunque sin llegar a ningún resultado.

De nuevo, las Cortes reunidas en Cádiz en 1810 volverían a plantear el tema de la cesión, sin llegar a ponerse de acuerdo al ser muy grande la división de pareceres. El Gobierno liberal (1820-1823), surgido del pronunciamiento de Riego, planteó una vez más el asunto, con cuyo fin dio poderes al cónsul español en Tánger para firmar el tratado de cesión, pero las ventajas económicas otorgadas a España llevaron a Inglaterra a hacer presión sobre el sultán para disuadirlo de aceptar el tratado. En 1861 saldría de nuevo a relucir el tema del abandono o cesión de los dos "presidios menores" por considerarlos completamente
inútiles, si bien la idea quedó posteriormente limitada al peñón de Vélez. Por último, el proyecto de abandono de los dos peñones resurgía en 1869 y, a pesar de que la comisión creada para estudiar el asunto
dictaminó en sentido favorable, toda una serie de problemas, dificultades y dilaciones hicieron que el proyecto quedara una vez más en suspenso. El tema del abandono o cesión no volvió desde entonces nunca más a plantearse.

Las islas Chafarinas fueron ocupadas en enero de 1848, adelantándose a los planes de ocupación por Francia desde Argelia. El pretexto para ocuparlas fue el de constituir un buen abrigo para los barcos y poseer una excelente ubicación estratégica frente a la frontera argelino-marroquí. Lo mismo que los dos peñones, las Chafarinas fueron en su día presidio para delincuentes y confinados políticos.

Hoy día, las circunstancias han cambiado y resulta difícil creer que estos enclaves puedan representar una protección frente a la eventualidad de un peligro. Quizá haya llegado el momento de volver a plantearse hasta qué punto vale la pena conservar esos vestigios de un pasado ya caduco.

María Rosa de Madariaga es historiadora, especialista en las relaciones entre España y Marruecos.