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viernes, febrero 22

Le Corbusier al desnudo II



Sus edificios preferidos eran las sencillas cabañas de pescadores, típicas de la costa atlántica meridional francesa. Al autodenominado ’hombre del futuro’ le disgustaban las casas tradicionales con los tejados en pendiente, los comedores con lámparas de arañas y ese tipo de cosas. Su idea de lo que debía ser un dormitorio llevaba a pensar en una suerte de celda monástica. 

Las villas con blancos muros que construyó ajustándose a sus principios puristas quizá fueran el no va más de la modernidad a principios de los años 30, pero no debieron de resultar muy cómodas, a juzgar por las quejas de sus inquilinos. Pierre Savoye, que le había encargado la Villa Saboya, escribió en 1930: “La lluvia hace un ruido infernal al estrellarse sobre la ventana del dormitorio, con lo que no pegamos ojo cada vez que hace mal tiempo”. Seis años después, las cosas no habían cambiado: “Seguimos teniendo goteras en el dormitorio, que se inunda cada vez que llueve. El cobertizo del jardinero también se inunda cada dos por tres. A ver si lo arreglan de una vez”. 

Pero Le Corbusier tenía en mente proyectos mucho más ambiciosos, como la idea de derribar buena parte de la ribera izquierda del Sena para construir gigantescos bloques de pisos junto al rio. Por suerte para París, la idea fue rechazada. Él, sin embargo, se sentía tan frustrado por la oposición que despertaban sus ideas, que hizo lo posible por imponer sus puntos de vista en otros lugares del mundo. Era frecuente que se presentara sin invitación en ciudades extranjeras con proyectos urgentes para su renovación, como contaba The New York Herald Tribune, el 22 de octubre de 1935. “Los rascacielos no son lo bastante grandes, afirma Le Corbusier”, rezaba el titular. “E1 arquitecto francés nos visita con intención de promover su proyecto de ’ciudad luminosa y feliz’. Según asegura, los rascacielos tendrían que ser mucho mayores y estar situados a mucha mayor distancia unos de otros.”

Los argentinos se mostraron más receptivos. En una carta a su madre fechada en Buenos Aires en 1929, Le Corbusier afirma que “todos los peces gordos quieren hablar conmigo. Aquí se me respeta y se me escucha”. De Buenos Aires se trasladó a Rio de Janeiro, y en el barco conoció a Josephine Baker, quien iba a ser la musa de tantos contemporáneos, desde Pablo Picasso hasta Christian Dior. Se ha dicho que el arquitecto vivió una aventura con la artista, como parece indicar un apunte de la Baker dormida, pero Benton y Cohen son escépticos al respecto.

“No hay ninguna prueba concluyente -explica Benton-. Y Le Corbusier deja muy claro en sus notas que el representante de la Baker estaba en el camarote cuando él hizo el dibujo”.

No obstante, Le Corbusier se muestra a todas luces entusiasmado con la cantante en una carta dirigida a su madre: “Josephine es una persona de extraordinaria modestia y naturalidad. Tiene un corazón de oro y nada de vanidad”. 

Con todo, en una carta dirigida a la artista años después, se muestra decepcionado con ella: “Me siento melancólico por tu rechazo, tan absoluto”, escribe en 1935, “…¡me duele no haberme convertido en tu arquitecto!”.

La Baker ese año le mandó una cálida felicitación navideña, mientras que en una carta de enero de 1936 lamentaba no haberlo visto personalmente en Nueva York el año anterior. Pero Le Corbusier no habría tenido mucho tiempo para ella en Nueva York en 1955, pues estaba envuelto en una aventura con Marguerite Tjader Harris, una heredera sueco-americana divorciada, lo que explica que una y otra vez pospusiera su retorno a Paris. “Todo ha sido tan maravilloso y bonito…”, le escribió al marcharse finalmente en diciembre. “Si en lugar del frio hubiéramos podido disfrutar del calor del verano o del clima templado de la primavera... Del mar a nuestro lado, de las olas. De unas noches en el agua y en la arena, haciendo el amor. De la alegría y de los gestos de ternura…”. La relación se prolongó durante años enteros, por carta sobre todo. 

Corbu no se molestó en esconderle a Tjader Harris sus aventuras con otras mujeres. En 1949 le pidió por carta la organización de una cena “con mis mujeres neoyorquinas de 1946-1947 (…) Helena, Barbara y, si las otras están de acuerdo, Mitzi, la escultora (tú decides)...”. Y en uno de sus cuadernos escribió: “No es frecuente encontrar en Estados Unidos (¡ni en ningún otro sitio!) a un gigoló de 63 años como yo”. La Helena mencionada en la misiva es Helena Simkhovich, la artista. Una carta de julio hace referencia a uno de los encuentros entre ambos.

Otra de las mujeres de su vida fue la periodista Taya Zinkin. Según Charles Jencks, autor de un libro sobre Le Corbusier, éste 1e dijo a Taya: “Eres gorda, pero es que a mí me gustan las mujeres gordas. Podríamos haberlo pasado muy bien juntos la otra noche”. Jencks opina que los dibujos que Corbu hiciera de desnudos voluptuosos en los años 30 y 40 explican el cambio en su estilo arquitectónico acaecido por esas fechas. Sus edificios empezaron a reflejar ”los meandros de los ríos y las gruesas pantorrillas de las mujeres”.

No se sabe hasta qué punto Yvonne estaba al corriente de los adulterios de su marido. Pero su relaci6n parece haber sido muy feliz, pese a las largas temporadas que pasaron separados. Como cuando, a finales de los 40, se marchó a la India para proyectar la ciudad de Chandirgah. Allí conoció a Miente de Silva, una joven arquitecta cingalesa con quien mantendría una relación a lo largo de años, o así asegura el rumor. 

Años antes, el arquitecto había justificado tanto viaje ante su madre: “Si me presto a esta vida de vagabundo es con la esperanza de ganar el dinero suficiente para hacerles las cosas más fáciles a quienes me rodean, a mi familia, a los que no han tenido igual oportunidad de hacer fortuna”. 

Un rasgo distintivo de Le Corbusier fue lo muy amplio de su producción. Amén de construir más de 6o edificios en diferentes países -una pequeña parte del total de 500 proyectos que diseñó-, escribió 34 libros y diseñó mobiliario. Los estudiosos todavía no se explican de dónde sacaba el tiempo para tanta obra. Pero sus admiradores insisten en que sus ideas siguen teniendo plena actualidad. En 2006, un antiguo alumno suyo terminó una de sus últimas obras: una iglesia de hormigón en forma de gigantesca chimenea de barco en Firminy, pequeña ciudad industrial en el centro de Francia. El número de visitas turísticas a dicha ciudad no deja de crecer desde entonces. Se diría que el descubrimiento de Le Corbusier acaba de empezar.