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viernes, febrero 22

Le Corbusier al desnudo I

(Un artículo de Matthew Campbell publicado en el XLSemanal del 31 de agosto de 2008)

El gran titán de la arquitectura moderna distaba mucho de ser un rígido asceta, como sus inconfundibles edificios y su característico aspecto sugerían.



Pocos arquitectos despiertan tanta controversia como Le Corbusier. Para sus defensores fue un genio cuyas ideas conformaron una noción peculiar de la vida urbana en el siglo XX, el creador de incontables obras maestras como la capilla de Ronchamp, en la Francia oriental, para cuyo tejado se inspiró en un caparazón de cangrejo recogido en una playa de Long Island. Para otros, fue el inepto inspirador de millares de anodinos bloques de viviendas, centros comerciales y aparcamientos de varios pisos. Los siniestros barrios suburbiales de la mayor parte de las periferias urbanas francesas fueron edificados a partir de sus teorías y, en consecuencia, hay quien le culpa de los disturbios y vandalismos que sacudieron las ciudades satélites francesas en 2005. 

Como hombre, Le Corbusier siempre fue una especie de enigma... Hasta hace muy poco. El arquitecto siempre fue celoso vigilante de su vida privada, pero el acceso a un nuevo archivo parisino y la reciente publicación de un libro editado por Phaidon han aportado datos inéditos sobre los amores y la vida sexual de Corbu, como lo apodaban sus amigos, circunstancia que ha dado origen a un infrecuente debate entre los especialistas, centrado en su energía erótica y el grado en que ésta se plasmó en su arquitectura. Las nuevas revelaciones sobre su vida personal hablan de una extraordinaria intimidad con su madre -a quien estuvo escribiendo semanalmente durante décadas seguidas, hasta su muerte en 1960-, dato que ha sido minuciosamente examinado por los investigadores, empeñados en descubrir la verdadera naturaleza del personaje. No menos sorprendente resulta su amistad con la bailarina Josephine Baker -descrita por Ernest Hemingway como “la mujer más fabulosa de todos los tiempos”, a quien conoció en un transatlántico en 1929. 

[…]. Aunque en su pasaporte figuraba como ocupación Homme de lettres, los documentos privados revelan una faceta del arquitecto muy alejada de la imagen aséptica y cerebral asociada a su figura pública, conocida por sus gafas de montura negra y su corbata de pajarita. Lo cierto es que Le Corbusier no sólo se embarcó en una serie de aventuras amorosas durante sus años de matrimonio con la modelo Ivonne Gallis, sino que también era cliente habitual de los burdeles parisinos, donde se le pasaba en grande dibujando en su cuaderno a mujeres voluptuosas procurándose mutuo placer sexual. “Yo dibujo guarradas -escribió en ese mismo cuaderno por entonces-; mis mujeres son lascivas de una forma animal, están en celo permanente.”
“Le Corbusier fue tachado de viejo verde y de sobón más de una vez -indica Benton-; de misógino que utilizaba a las mujeres como objetos sexuales. Pero lo que en realidad buscaba era lo que él calificaba como ’ternura’. En compañía de mujeres se sentía más relajado, más cálido y amable. Era mucho más sensible con ellas. De hecho, tenía una faceta muy femenina.”
[…]Frank Lloyd Wright, el otro titán de la arquitectura del siglo XX, escribió una autobiografía plagada de episodios pintorescos, pero Le Corbusier nunca antes había sido objeto de una biografía verdaderamente fiable. […]
Charles-Edouard Jeanneret nació en Suiza en 1887 y adoptó el nombre de Le Corbusier, en recuerdo a un antepasado llamado Lecorbesier, tras instalarse en Paris y comenzar a escribir artículos en una revista fundada por él mismo en 1920, con la intención de promover los ideales del purismo. 

Su padre era grabador de cajas de relojes, y su madre, profesora de piano. Las esperanzas del matrimonio estaban puestas en el hijo mayor, Albert, que era compositor. La familia era muy melómana, pero escasamente interesada en las artes visuales. Al arquitecto, pues, lo consideraban poco menos que un inútil, sobre todo después de que hubiera construido una casa para los padres en Suiza que resultó tan costosa de mantener, que los Jeanneret tuvieron que acabar vendiéndola.
“Durante su juventud lo consideraban un fracasado -observa Jean-Louis Cohen, profesor de arquitectura-. Más tarde, Corbu se acostumbró a exagerar sus logros, acaso para que su madre le dispensara, por fin, el cariño que tanto ansiaba recibir.”
La intimidad y el intenso exhibicionismo de las cartas a su madre, a quien explica con detalle sus gestas y éxitos, resultan extraordinarios, comenta Cohen. Y la correspondencia se mantuvo en esos términos hasta que la madre murió, a los 100 años de edad. El arquitecto tenía entonces 73. 

En 1926, Le Corbusier escribió a su “querida mami” -siempre se dirigía a ella en esos términos- sobre la sonada inauguración de su conjunto residencial en Pesca, en la Francia suroccidental, e hizo mención a una película en la que su “hijo, tan desmañado como lleno de talento, aparece retratado al detalle”. En una carta posterior se felicitaba a sí mismo por la relación que mantenía con “esta chica tan honrada”, refiriéndose a su esposa, “que ha asumido con generosidad las funciones de compañera de un hombre algo voluble”.

Hacia 1927, tras haber superado la quiebra de su negocio de materiales para construcción, Le Corbusier había logrado establecerse como arquitecto de éxito, asociado a su primo Pierre Jeanneret. Corbu tenía en esa época un aspecto peculiar, como recordaría su amigo el pintor Fernand Léger: “Una vez lo vi llegar montado en bicicleta, tieso como una escoba, como un objeto sorprendente, con sombrero hongo, gafas y un gran abrigo negro. El objeto se mantenía erecto en la bicicleta respetando de forma escrupulosa las leyes de la perspectiva“.