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jueves, septiembre 27

Carlos Fitzcarrald, el Hijo del Sol

(Un artículo de Carlos Salas en El Mundo del 12 de septiembre de 2010)

Cuando hablamos de empresarios y sus hazañas, parece que la historia no retroceda más allá de mediados del siglo pasado. Por eso vale la pena recordar cómo se montaban empresas en el siglo XIX, el siglo de los aventureros, los abrecaminos y los grandes emprendedores-pioneros. 

Esta es la historia de William Fitzgerald junior. Este marino llegó al puerto de Callao en Perú como grumete de un barco norteamericano a mediados del siglo XIX. Sugestionado por la belleza bruta del continente, juntó sus ahorros, saltó del barco y recorrió boquiabierto el país: la cordillera, la selva, las ciudades nacientes, los cerros mineralizados de Potosí... Alcanzó el empotrado pueblo amazónico de San Luis de Huari, donde el español Fennín López le dio alojamiento y le presentó a su hija Esmeralda. Así nació una historia de amor y una metamorfosis: William Fitzgerald se transformó en Guillermo Fitzcarrald, y de marinero salado pasó a hacendado de agua dulce. 

Tuvieron varios hijos y el primogénito se llamó Isaías Fermín. Nació e1 6 de julio de 1862. Fue enviado al mejor colegio de Lima, y según escribió en 1942 el biógrafo Ernesto Reyna, era unjoven «de rubio y rebelde cabello caído sobre la frente, atlético y audaz, capitaneando a la muchachada bullanguera». 

Cuando era adolescente y para endurecerle el corazón, su padre le animó a comandar una caravana y adentrarse en la selva vendiendo mercaderias. Aquella fue su primera Business School, pues el joven Isaías Fermín visitó a caballo decenas de pueblos, donde penetraba en las tabernas para entregarse a juegos de naipes llamados rocambor, trecillo y pinta. Una noche, uno de los tahúres perdedores le clavó enfurecido un cuchillo en el estómago y huyó con las apuestas. La prensa local dio pronto noticia de la muerte del joven Fitzcarrald, desangrado por ganar. Un curandero le soldó los intestinos, pero la errónea noticia de su muerte llegó a oídos de su padre, quien no pudo evitar el dolor y murió desesperado. Enloquecido como sólo se enloquece en tierras húmedas y supurantes de calor; Isaías Fermín se despidió de su familia y se perdió en la selva acompañado de rabia y un dibujo cartográfico. En la extraña ciudad de Huánucto supo que había estallado la guerra contra Chile y pensó que era una buena forma de morir. Su primer encuentro con soldados le deparó una sorpresa amarga: traían amarrados a los indios, a los que usaban como carne de cañón. Fitzcarrald ordenó a los cachacos que cortasen las amarras, pero un militar alcoholizado le tachó de espía y lo mandó a prisión.

Como el joven Isaías no portaba documentos, sólo había pruebas de que un tal Fitzcarrald había muerto apuñalado. Decretaron que era un «espía chileno» y que debía morir en el paredón. En la celda su única compañía era una estampa de San Carlos Borromeo que le había regalado Doña Esmeralda, su madre. Fuese milagro o casualidad, el cura que le dio confesión era el mismo que le había regalado la imagen. Dio fe de que el vivo no había muerto, y desde entonces Fitzcarrald se llamó Carlos Fermín Fitzcarrald. Pero su alma ya era una sentina llena de odio: se internó 10 años en la selva y ahí dio fruto a la leyenda.


Aprendió el idioma de los campas, los humaguacas y caslubos (un poco antropófagos, decían los relatos). Los indios le tomaron por el Hijo del Sol que tanto esperaban. Los rumberos que volvían de la selva empapados en sudor sin haber encontrado El Dorado, hablaban de un «indio blanco» que aparecía en las
cabeceras del Ucayali portando cananas y fusil. Y así era, porque las tribus hacían largas caminatas para conocer a la reencarnacióndel Inca Juan Santos Atahualpa, y Fitzcarrald, envanecido de poder, ordenaba a los nativos ordeñar los árboles de caucho, porque si no, «se secarían los rios y escaparía la caza». Un misionero, el padre Sala, describió así la estratagema: «[Era] para tenerlos más a la mano como cargueros para la recolección de la goma, o peones para el cultivo de las chácaras».


Convertido en el más rico cauchero del Ucayali, se presentó Fitzcarrald en Iquitos, abrió negocios con fumas brasileñas, cayó prendado de AuroraVelazco, hija de un coronel, y concertó una boda principesca. Construyó una casa en la confluencia con el Mishagua y desde allí lanzó su gran desafío. Abrir un istmo para conectar dos ríos. En junio de 1894 vociferó un discurso cuyo eco aún está pegado a las hojas amazónicas.
«Pueblos de los campas y tribus de los cocamas, capanaguas, mayorumas, remos, cashibos, piros y huitotos:
os llevo, como un padre bueno y justiciero, a daros el premio de los montes divinales, que se extiende por donde sale el sol, donde abundante caza os espera; allí os daré pólvora y balas para que vuestras escopetas abatan a las bestias».


Desmanteló un barco de vapor llamado Contamana, y durante dos meses lo hizo rodar por tierra sobre troncos con la fuerza de mil indios y cien caucheros blancos. Grandes cuerdas sirvieron para jalar el casco y las piezas a través de diez kilómetros, salvando picos de 500 metros de altitud. La hazaña supuso enfrentarse a tribus de maschos y huarayos, que lanzaban flechas deletéreas contra la canoa de titanes y sus marineros emboscados.


Por fin, Carlos Fermín Fitzcarrald unió las piezas y surcó las aguas del Caspajali. El 4 de septiembre arribó al primer puerto de caucheros blancos, quienes se arrodillaron ante esa ruta más barata de transportar caucho: a través de un istmo. Se llamó istmo de Fitzcarrald. «Se construirá un ferrocarril», prometió el Hijo del Sol. En1891, cuando llevaba los primeros rieles de su via férrea en el vapor Adolfito, los rápidos se tragaron a Carlos Fermín Fitzcarrald cuando trataba de salvar a un amigo. Tenía 35 años. 


Había vivido por todo un siglo. Cien años tardaría el mundo en conocer su leyenda gracias a un cineasta alemán llamado Werner Herzog, un actor loco llamado Klaus Kinski, y a una película salvaje  llamada Fitzcarraldo.

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