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jueves, junio 7

350 años de la Royal Society I

(Un artículo de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo del 12 de diciembre de 2010)

Excéntricos, descreídos, poseídos por el don de la curiosidad y algo raritos. Así eran los fundadores de la sociedad científica más antigua del mundo y siguen siéndolo sus actuales miembros. Genios a los que debemos descubrimientos tan variados como la aspirina, la ley de la gravedad, los agujeros negros o el champán.

En 1671, cuando tenía 28 años y era físico en el Trinity College de Cambridge (Inglaterra), Isaac Newton puso un cristal en forma de prisma ante su ventana y se asombró al ver los colores del arcoiris danzando en la pared. Así demostró que la luz blanca es una mezcla de colores primarios y pudo explicar por qué la hierba es verde y el cielo azul. El manuscrito en el que relataba la teoría de la luz y los colores es uno de los más antiguos que la Royal Society (RS) ha hecho públicos para celebrar su 350 aniversario.

Otros descubrimientos colosales, como la penicilina, el champán, la pila eléctrica, la fotografía, la selección natural, el electromagnetismo, el reloj de bolsillo, el núcleo atómico, la teoría de cuerdas, los agujeros negros, la descripción del ADN e incluso la aspirina, forman parte de la colección de hitos científicos de la sociedad científica más antigua del mundo.

Todo empezó en la tarde otoñal del 28 de noviembre de 1660, cuando en Londres se reunieron una docena de apóstatas para escuchar a Christofer Wren hablar de astronomía. Aquellos hombres tenían en común una curiosidad sin límites y una loca vocación por desvelar las opacidades del mundo.

Además, compartían un método. Lo había descubierto Sir Francis Bacon, un filósofo natural convencido de que al conocimiento sólo se llega entrando en el callejón para ver si tiene salida. Había publicado La Nueva Atlántida, una utopía en la que postulaba la conquista de la naturaleza por el hombre, y en la que hacía predicciones que parecían estrafalarias y resultaron visionarias: el submarino, el avión, el micrófono, el crecimiento artificial de los frutos y el dorado sueño de vivir sobre la Tierra sin miedo al hambre. En esa sociedad perfecta, la ciencia aseguraba la felicidad y el progreso. La llamó La casa de Salomón y fue el modelo de la Royal Society.

John Wilkins, el primer secretario de aquella asamblea de físicos desertores de la metafísica, además de inventar el sistema métrico, se interesó por la criptografía, la fabricación de colmenas transparentes, la posibilidad de realizar un viaje a la Luna y la elaboración de los principios de un lenguaje mundial. El perfil de Wilkins, que era cuñado del político Oliver Cromwell, resumía el de sus colegas: sabios polifacéticos y algo chalados que fundaron lo que más tarde llegaron a ser la logias masónicas, dedicadas al estudio de los misterios ocultos de la naturaleza.

A este club de escéticos pertenecieron genios como Isaac Newton, Charles Darwin, Alexander Fleming, Edmond Halley, Michael Faraday, Edward Jenner, Alessandro Volta, Fox Talbot o Francis Crick. Desde el primer día rechazaron toda forma de escolástica, renunciaron al latín como lengua del saber y recurrieron a un inglés claro y sencillo. Del latín sólo adoptaron un lema: Nulius in verba; o sea, no hay que dar nada por sentado.

Al principio no eran propiamente profesionales de la ciencia, porque la palabra científico no fue acuñada hasta 1836 por William Whewell. Tenían un precedente, el Colegio Invisible, un círculo de astrónomos, matemáticos y profesores, como Kepler, Rheticus o Tycho Brahe, que se reunían en el Wadham College de Oxford para intercambiar ideas que lo mismo se referían a la alquimia que a la agricultura. Robert Lomas, en El Colegio Invisible: ¿Quienes fueron los doce hombres que crearon la Royal Society? (MR Ediciones, 2006), asegura que se trataba, lisa y llanamente, de una logia masónica.

(Mañana sigo)