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lunes, agosto 22

El glamour del gin-tonic: los ingredientes

(Un artículo de Javier Algarra en la revista época del 22 de agosto de 2010)

Es un combinado fresco, digestivo y elegante. No pasa de moda a pesar de ser todo un clásico. Es uno de los combinados, junto con el cubalibre, que más se consumen en nuestro país.

Fueron los ingleses quienes popularizaron la ginebra, aunque su invención es cosa de los holandeses, que empezaron a fabricarla en los siglos XV y XVI. Se trata de un aguardiente obtenido por la destilación de cereales como maíz, centeno o cebada, aromatizados por filtración o maceración con bayas de enebro y plantas de todo tipo como canela, comino, anís, alcaravea, hinojo, cardamomo, raíz de angélica, de cálamo, o semillas de cilantro, así como piel de naranja y limón.

Su primera marca comercial fue Bols, que data de 1575, pero quien la impulsó al darle un uso terapéutico en el siglo XVII fue el destacado médico de origen alemán Francois de le Boë, profesor de la universidad holandesa de Leyden. El galeno, conocido como Franciscus Sylvius, era un eminente estudioso de la circulación de la sangre y teórico defensor de que todo proceso de vida o muerte está basado en reacciones químicas, y fue quien constató que el enebro destilado con alcohol tenía efectos diuréticos beneficiosos paa el riñón.

Por su parte, el nacimiento de la tónica se lo debemos a Johann Jacob Schweppe, un joyero de origen alemán que en 1783 desarrolló un sistema para inyectar anhídrido carbónico en las botellas de agua. Ante el éxito del invento fundó su compañía, la J. Schweppe & Co. en Londres, donde prosperaría a base de fabricar bebidas carbonatadas y refrescos de frutas hasta que añadió quinina a una de sus sodas, dando origen a la amarga agua tónica.

La quinina, un alcaloide vegetal que se extrae del árbol de la quina con destacadas propiedades febrífugas, era un importante medicamento para combatir el paludismo. El conquistador español Francisco Pizarro supo de las virtudes antifebriles de la quina por boca del inca Atahualpa, antes de ajusticiarle, por lo que esa milagrosa corteza llegó hasta la corte de Carlos V junto con el maíz, las patatas, el oro y la plata enviados desde el nuevo continente. Sin embargo, sus dotes medicinales no fueron reconocidas por los europeos hasta 1638 cuando Ana de Osorio, Condesa de Chinchón y esposa del virrey de España en Perú, cayó enferma de malaria entre la población inca. Su marido recurrió a los sabios locales en busca de un antídoto y estos le ofrecieron una poción elaborada con la corteza de un árbol de la familia de las rubiáceas, el quino, que crece en las laderas de los Andes. Su milagrosa recuperación hizo que el suceso pasara a engrosar los anales de la historia y, en 1742, el botánico Linneo bautizaría el árbol de la quina como Chinchona officinalis.

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