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jueves, mayo 12

Tampere, ciudad de los mil lagos

(Extraído de la revista Eccus de octubre de 2010. En esta ciudad pasé uno de los años más peculiares de mi vida, cuando me fui a conocer otro país y acabé descubriendo otro planeta)

[...] El encanto de esta ciudad es indiscutible, sobre todo porque se diferencia de cualquier otra ciudad europea que pueda visitar. Su origen data del año 1779, cuando la fundó el rey Gustavo III de Suecia. Pero no fue hasta el siglo XIX cuando se convirtió en una potencia industrial. El río Tammerkoski se apunta como origen de su desarrollo, y en torno a él proliferó todo lo necesario para albergar a las numerosas industrias que aprovecharon su fuerza para convertirse en potencias comerciales.

Turísticamente este río también es la causa de la sorpresa que causa la ciudad. Tampere se distribuye a ambos lados del río, y en cada una de sus orillas pueden apreciarse aún las múltiples fábricas que se establecieron en sus márgenes para aprovechar cada uno de los saltos que hay en su recorrido.

El 24% de su superficie está ocupada por el agua, ya que en Tampere hay unos 200 lagos y estanques. La superficie natural que rodea al núcleo urbano es tan vasta que el ratio de zona verde por habitante se sitúa en unos 100 metros cuadrados.

Cada rincón es único y tiene su encanto. Pasear por la orilla del Tammerkoski te produce una sensación especial que se iguala a la contemplación de los lagos desde cualquier colina o un atardecer en el restaurante panorámico de Näsinneula.

Lo imprescindible:

- El barrio de Pispala debe de ser lo primero en la lista. Encima de una colina y con vistas a la ciudad y a los lagos que la rodean se eleva este barrio que recoge la esencia de la vida finlandesa. Entrañables casa de madera llevan al visitante a un mundo idílico en el que las flores cuelgan de las paredes y la tranquilidad del propio barrio incita a quedarse. No hay que olvidarse de bajar la escalera de madera que cruza todo el barrio y que lo une con el centro de la ciudad.

- El museo de las casas obreras es la infraestructura cultural mejor organizada y con la que más detalles pueden aprenderse del origen de la ciudad. Todavía conservan una manzana entera de casas de madera en las que vivieron y convivieron los numerosos trabajadores que emigraron a Tampere desde otros puntos del país para trabajar en las fábricas de las orillas de Tammerkoski. Se puede ver la vida de los primeros trabajadores: desde las tiendas que crearon hasta las saunas que empleaban para asearse diariamente.

- Un paseo en barco es otra cita ineludible en la ciudad de los lagos. Hay varias compañías que ofrecen pequeños recorridos en barco rodeando la ciudad por el lago Pyhäjärvi, con almuerzo o cena a bordo.

- Una escapada a Haapasaari, una isla situada a pocos kilómetros de Tampere donde puede vivirse la naturaleza de cerca: pesca, deportes acuáticos, baños en el lago, saunas, barbacoas...

Si Tampere se disfruta de día, la noche también hay que vivirla. Los pubs y discotecas cierran a las tres de la mañana y hasta entonces no se para de bailar o de beber las copas típicas de allí: una mezcla de ginebra con limón y el vodka. Puede elegirse el local según el tipo de música pero hay que tener en cuenta que allí son bastante roqueros y muy heavies y nunca faltará la música finlandesa en directo, así que lo mejor es intentar integrarse y dejarte llevar. Para terminar la noche, qué mejor que una salchicha en alguno de los puestos callejeros que hay a la puerta de los locales de moda.

En verano, además, puede disfrutarse de muchísimas horas de luz. Durante el período de verano apenas hay cuatro horas de noche, y no es noche cerrada.

La comida es otro de los puntos importantes. La dieta típica se basa tanto en el pescado como en la carne, destacando el salmón en el primer grupo y las salchichas en el segundo. La cita ineludible es el restaurante vikingo Harald, situado en la avenida principal de la ciudad. No hay que olvidar tomarse una cerveza de miel y un helado de alquitrán. De alquitrán, sí. Pero no el que echamos a la carretera, sino uno natural que procede de un árbol típico de la zona.

Para optar por una comida más relajada, dos son los restaurantes que hay que visitar. Por un lado el panorámico y giratorio Nässinneula situado en una torre a 160 metros de altura. Un buen sitio para probar el reno.

Otro lugar es el restaurante Heinätori que destaca por lo encantador del lugar. Esta casa de comidas surge del sueño de un ingeniero que, tras 30 años trabajando, decidió convertir un antiguo establo en el que se pesaban cereales en un lujoso restaurante con una carta espectacular y una comida elaborada con los mejores ingredientes y muchísimo cariño.

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