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miércoles, mayo 18

Nueva York, salvada in extremis en los años 70

(Un artículo de P.P. publicado en 2010 en el suplemento económico de El Mundo, desde Washington. Cuenta como la ciudad norteamericana estuvo al borde de la quiebra en tiempos de Ford)

"No voy a echarle la culpa al pueblo de Nueva York, pero si voy a echársela a todos los que les mintieron". Así declaró el entonces presidente Gerald Ford, el 29 de octubre de 1975, su decisión de no rescatar a la mayor ciudad del país, cuyo acceso al crédito estaba cerrado. Ford fue más lejos, al decir que "la gente de este país (...) no caerá víctima del pánico cuando unos pocos funcionarios desesperados de Nueva York traten de librarse del pago de la hipoteca".

Ese discurso es un ejemplo de error político. Al día siguiente, la primera página del tabloide New York Daily News declaraba: "Ford a la ciudad: 'Aguantaos'". Y dos meses después, Ford autorizaba una serie de créditos de emergencia del Gobierno Federal -el equivalente a la Administración Central española- a Nueva York, pese a las admoniciones de su secretario del Tesoro, William Simon, que argüía que eso implicaba nacionalizar la deuda local.

Pero el presidente ya había perdido la partida. A todos los niveles. Su popularidad en Nueva York se había desplomado y, como él mismo admitió dos años después, su lentitud en rescatar a Nueva York le costó las elecciones de 1976, en las que ese estado apoyó al demócrata Jimmy Carter. Desde entonces, Nueva York sólo ha votado en una ocasión -en 1984- por un presidente republicano.

Pero la figura principal del rescate no fue Ford, sino Felix Rohatyn, el principal socio de la boutique de la banca de inversión Lazard Frères, hoy Lazard a secas, una de las entidades con más solera de Wall Street. Rohatyn se hizo cargo de la Corporación Municipal de Asistencia de Nueva York (MAC, según sus siglas en inglés) y estruturó un sistema de emisión de bonos en los que éstos estaban garantizados por la recaudación del impuesto sobre las ventas (una especie de IVA) de la ciudad.

Entretanto, los sindicatos que controlaban el sistema de educación y la Administración tuvieron que aceptar recortes de privilegios, y el Ayuntamiento pegó un tajo a sus programas sociales.

Nueva York, así, escapó a la quiebra. Pero la ciudad, que ya estaba en crisis, cayó en un caos de delincuencia y decadencia del que tardó una década en recuperarse.

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