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jueves, abril 14

Ensalada

(La columna de Martín Ferrand en el XLSemanal de 22 de noviembre de 2009) Antes de cumplir los veinte años, Alejandro Dumas (padre) sólo tenía dos aficiones: las mujeres y la caza. La primera la mantuvo, y con entusiasmo, hasta el fin de sus días y la segunda la perfeccionó y amplió a todo el campo de la buena mesa. Cuando se habla de su obra, nadie olvida Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo ni muchas de las trescientas novelas que dejó escritas, pero suele silenciarse uno de sus libros preferidos, el compendio de recetas y experiencias culinarias recogidas en sus viajes por el mundo: Grand dictionnaire de cuisine, editado por Phebus para celebrar el segundo centenario del nacimiento del que fue un apasionante y apasionado escritor y un insistente tragaldabas tan grande de espíritu como de cuerpo. Dumas, hijo de un general francés y de una esclava negra de Santo Domingo, presumía de cocinero y, en uno de sus intentos para adelgazar –llegó a sobrepasar los 130 kilos–, se entusiasmó con las ensaladas. Ésta es una de ellas: «Pongo en una ensaladera una yema de huevo duro por persona, la pico en aceite para convertirla en pasta. Añado perifollo, atún desmenuzado, anchoas picadas, pepinillos troceados, sal y pimienta. Lo alegro con un buen vinagre y –nótese el signo de distinción– ordeno a un sirviente que le dé vueltas. Por último, dejo caer desde lo alto un poco de pimentón picante». El capitán D'Artagnan y Douglas Fairbanks, Gene Kelly, Cornell Wilde, Jean Marais o Sancho Gracia –algunos de los actores que mejor lo han interpretado en el cine– comerían con gusto la ensalada de Dumas. Mejor con cerveza que con vino, claro.

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