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viernes, abril 29

En busca del autómata perfecto

(Leído en un artículo de Nicolás Retana Iza en la revista Época de hace unos meses)

[...] uno de los más caros sueños humanos, la robotización, algo infatigable que nos substituya en el trabajo y, al tiempo, nos divierta con lo que tiene de imitación inteligente: algo así como un hombre artificial. Su historia se inició en Europa cuando el progreso constante de la mecánica permitió construir autómatas, pájaros que cantaban y volaban, monos juguetones, y otros ingenios muy útiles para el goce de los grandes señores de la época. Los turcos tenían también un robot que era un invencible jugador de ajedrez, aunque, con el tiempo, se descubrió que quien realmente jugaba era un hombre situado debajo del tablero. El siguiente paso fue la construcción de los llamados androides. Uno de ellos, creación de un suizo, era un dibujante autómata que no sólo hacía bocetos sino que corregía sus propias faltas.

Pasaron los años y en 1937, en la exposición de París, fue exhibido un androide que redactaba por escrito un horóscopo a quien se lo pedía. Su memoria solamente abarcaba 130 palabras, pero servía para los fines propuestos. En Londres, un robot era utilizado en una emisora de radio para leer los programas y dar la hora exacta a quien se lo preguntaba. Por la misma época se presentó en Chicago un autómata que tenía aspecto de guerrero medieval. Era realmente útil, hasta limpiaba cristales, pero un mal día destrozó de un golpe el cráneo de su constructor, Roland Schäffer. Se había cometido el primer crimen absolutamente irracional en la historia conocida de la humanidad. Hoy, los hombres artificiales son productos tecnológicos que controlan centros de producción y manejan substancias radioactivas. El viejo sueño se ha hecho realidad.

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