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lunes, abril 4

Buscando el paraíso II

(Sigo con el artículo de ayer, que se estaba haciendo largo)

El día del Juicio Final es cuando empieza el más allá de los judíos. Tras la llegada del Mesías, los hombres serán juzgados en el valle de Josafat y recibirán lo que merecen. Los justos irán al jardín del Edén, el paraíso terrestre de la Biblia, para saborear el esplendor divino. Los malos, a la Gehenna, el llanto y crujir de dientes del fuego eterno.

En el Génesis (cap. 1, versículo 29) se describe la dieta vegetariana del Paraíso original: "Todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla; todo esto servirá de alimento". El cielo judío suscita la nostalgia de una edad de oro en la que el lobo vivía junto al cordero, el león comía paja junto al buey y el niño de pecho jugaba con serpientes y alacranes.

Basado en las creencia judaícas, el cristianismo consolidó la idea del alma inmortal, del juicio divino y del cielo, un lugar en el que, como dicen los catecismos, "los buenos viven eternamente felices contemplando la cara de Dios, cantando sus alabanzas y gozando de su infinito bien".

Para los católicos, las almas que se han deshecho de su envoltura carnal son acogidas por San Pedro y sometidas a un juicio sumarísimo. Para merecer el Paraíso sin más trámites de limbos o purgatorios hay que morir en estado de gracia (haber recibido los últimos sacramentos) y no haber cometido pecado alguno. O sea, ser un santo. Demasiado peaje para tan sobrio destino, porque en el Paraíso cristiano, como en el judío, tampoco hay carne. Parece un lugar ameno sólo para melómanos y almas bellas, capaces de no aburrirse con las corales de los serafines y el aleteo de los arcángeles.

El escritor e historiador Théodore Zeldin describe, en su novela Hapiness (The Hasvill Press, 1988), un paraíso donde los querubines juegan con grandes canicas. La heroína de la historia consigue traer a la Tierra una de esas bolas y la pone en una vitrina con una etiqueta que dice "Fragmento de felicidad encontrado en el Paraíso".

Para los mormones hay un reino celeste, "con su potencia y su gloria comparable al sol", en donde los justos se reúnen con la Santísima Trinidad. Los adventistas del séptimo día y testigos de Jehová creen que el único paraíso posible se instalará sobre la Tierra cuando los ejércitos de Cristo hayan derrotado al Anticristo. Entonces será cuando tenga lugar el Juicio Final y la separación entre los que permanecerán sobre la Tierra y los que se irán a hacer compañía al diablo.

El paraíso musulmán es el más imaginativo y soñado. La recompensa para sus mártires y profetas es deliciosamente pagana. Nada de ángeles haciendo frufrú y tocando el arpa sobre algodonosas nubes blancas. Lo que proporciona Alá es un menú más apetecible y contundente: la perpetua holganza junto a la luminosa belleza de las huríes -jóvenes, vírgenes y dóciles- y de efebos soberbios en oasis llenos de palmeras donde manan ríos de leche y miel. De las huríes asegura el corán: "Ninguna ha sido desflorada ni por hombre ni por djinn (espíritu). Estarán acodadas en cojines verdes y espesas y preciosas alfombras". Los efebos tienen "ojos grandes y hermosos, parecidos a las perlas" y sirven "copas llenas de un licor de azúcar que evita los dolores de cabeza y el aturdimiento, y frutos a discreción y toda la carne de ave que se desee". El agua incorruptible brota de las fuentes; pero no sólo de agua viven los justos, por eso el corán ofrece en su carta "ríos de leche de un gusto inalterable, ríos de vino, ríos de miel purificada y el perdón del Señor". Se trata de caldo de escasa graduación, pues nunca emborrracha, "un néctar puro con retrogusto a almizcle". En el paraíso de Alá el perfume de las flores embriaga los sentidos mientras uno se tumba en blandos colchones para disfrutar de banquetes eternos en el único paraíso con placeres carnales.

Lástima que, como dice el poeta Henri Michaux, "no seamos un siglo de paraísos" [...] los hombres de ahora descreen de los viejos sueños consoladores de los antepasados. [...] lo que se lleva en esta temporada son los paraísos terrenales, que ganan por goleada a los celestiales. [...]

Lo mismo les pasa a los sintoístas; su religión es sólo una forma de vida en la Tierra sin ninguna promesa de paraíso en el más allá, una carencia que la mayoría de los japoneses corrige poniendo una vela al sinto y otra a Buda.

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