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miércoles, enero 26

150 años de Gustav Mahler

(Extraído de un artículo de Álvaro Cortina en El Mundo del 26 de diciembre de 2010 a propósito de las nuevas reediciones de su obra previstas en el 2011)

"Yo entiendo por sinfonía la construcción de un mundo a través de todos los medios y recursos disponibles de que me puedo valer", dijo Gustav Mahler (7 de julio de 1860-8 de mayo de 1911). En las postrimerías del XIX aquel judío intelectual vienés rebasó el género de la sinfonía con obras monstruosas, obras como planetas. Desde polkas o habaneras, valses y adagios de romanticismo decadente, instrumentos inusitados, cancioncillas de folklore, marchas militares en clave casi irónica, feria circense, así como el legado de Antón Bruckner, y la filosofía de Nietzsche y tremendos oratorios, todo entraba dentro de esas nueve sinfonías y pico (murió habiendo escrito solamente el inicio de la décima).

Grandes caudales de muchos movimientos, muchas líneas de voz orquestal, muchos músicos. En su tiempo, aquel mar desbordado (cuyas orillas llegan hasta el atonalismo del siglo posterior), caótico, un tanto kitsch acaso, no gustó. [...]

Dentro de estas sinfonías monstruo, hibridadas con tanto género y especie, tiene un papel decisivo la obra vocal. El género de las lieder (canciones, en alemán). El estudioso de canto Arturo Reverter explica: "Mahler fue un liederista continuador de Wolf, de Schumann y de Schubert. Le dio nueva forma e impulso romántico, y en él hay una presencia mayor del elemento popular. Además, partió de su corpus liederístico para construir sus sinfonías. La primera, la cuarta, la séptima deben mucho a anteriores trabajos en este género. Muchas veces extraía temas sinfónicos directamente de sus canciones". Mucho de su obra sinfónica tiene pasajes cantados, ya por un coro, ya por un solista. Por su parte, estos lieder son orquestales (no a piano), de modo que ambos géneros se imbrican en esta ambición de totalidad, entre el ateismo desesperado y la fé, entre l posesión diabólica y lo celeste. Thomas Mann se inspiró en Mahler para crear a Adrian Leverkühn (también en Nietzsche y en Schönberg), protagonista de Doktor Faustus.

Con respeto a esa totalidad sin género, es unánime la consideración de La canción de la tierra como una cima de su mejor obra. Una inmensidad de dolientes crepúsculos concebida inicialmente en un balneario tirolés, en Schlüderbach, en 1907. Se reponía entonces, con su mujer Alma, de la muerte de su hija mayor, y reposaba tras un diagnóstico severo sobre su salud cardiaca. Fue compuesta como una sinfonía más entre su gigantesca octava y la novena, la última pieza terminada (en Mahler se cumplió la maldición de las nueve sinfonías, como en Beethoven, en Schubert, en Dvorak, en Bruckner). El mismo consideró La canción de la tierra su obra más personal. A su lado estarían las Canciones para los niños muertos, y las Rückert (nombre del poeta que compuso las letras). Y la versión paradigmática sería la de finales de los 40, con la contralto Kathleen Ferrier y el discípulo predilecto de Mahler, Bruno Walter (también lo fue Klemperer) a la batuta. [...]

Esta cosmogonía orquestal fue, en su etapa madura (a partir de la séptima) adorada por los dodecafónicos, con Arnold Schönberg a la cabeza. La gran altura de Mahler como director de orquesta (en Viena y Nueva York) condujo también a una penetrante utilización de los timbres más variados. Integra cornos pastoriles, cencerros, xilofones, tamboriles... un profuso inventario orquestal (la octava se llama sinfonía "de los 1.000" por estar prevista para 850 cantantes y 171 instrumentistas), entre la introspección y la más fulgurante apoteosis. En directo, en un concierto de Mahler, se puede ver el furibundo agitamiento de toda la masa orgánica. Mahler liquidó la forma sonata de la sinfonía en aquella encrucijada histórica del postwagnerismo, sublimó los clichés románticos y metió los arrabales de judíos ambulantes y las marchas militares de los parques del Prater vienés en su gran monumento espiritual multiforme. Sinfonistas del XX como Britten y Shostakovich serían declarados admiradores.

Según Tomás Marco, músico: "Dio el salto que había que dar. Vio que era el momento de cierre de un tipo de música y el inicio de una nueva etapa. La novena sinfonía estaba en las fronteras de la tonalidad". [...]

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