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domingo, noviembre 7

Cubitos de hielo

(Un reportaje de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo de no-sé-cuándo)

Frederic Tudor (Boston, 1783-1864) vislumbró a principios del siglo XIX la posibilidad de aserrar bloques de hielo de los lagos congelados de Nueva Inglaterra y venderlos en los trópicos. A pesar de las cuantiosas pérdidas que sufrió al principio, construyó su gélido imperio, que se extendió a Cuba y La India, gracias a la confianza que tenía en sí mismo y a su terquedad. Con los cubitos de hielo consiguió reunir una fortuna de más de 9 millones de euros actuales.

Muchos años después, ante su numerosa prole, el bostoniano Frederic Tudor recordaría la reunión familiar en la que su hermano William le habló de las posibilidades del hielo. Por aquellos primeros años del siglo XIX, sólo los ricos tenían la extraña costumbre de refrescar las bebidas usando cubitos de hielo. La terquedad de Frederic Tudor convirtió los cubitos de agua congelada en un producto de consumo tan natural como el azúcar o el maiz. Explotó los lagos helados de Nueva Inglaterra como yacimientos de grandes témpanos, los transportó hasta los puertos del trópico y, pese a las burlas de casi todos, amasó una inmensa fortuna. Conocido como el rey del hielo y emblema del individualismo americano, Tudor construyó su gélido imperio y trazó su camino a la fama gracias a la fe en sí mismo.

Nacido en Boston en 1783, era el tercer hijo del rico abogado William Tudor, un preboste de la aristocracia bostoniana. Frederic tenía fuego en el corazón y hielo en el cerebro. A los 18 años tuvo que acompañar a La Habana a su hermano John que, herido en una rodilla, necesitaba un clima cálido para restablecerse. Fue allí donde Frederic tuvo una iluminación: si no podía refrescar el clima, podría paliar los sofocos de sus habitantes. De regreso a Boston, en el cálido verano de 1805, asistió a la boda de su hermana Emma. En el banquete su hermano William comentó en broma que se podía cosechar el hielo del estanque de Rockwood y venderlo en los puertos del Caribe. Almacenar hielo en pozos oscuros para el propio consumo y recibir a los invitados con el tintineo de los cubitos en los vasos de cristal estaba a la moda entre la aristocracia de aquella ciudad que era la Atenas de norteamérica. ¿Por qué no llevar hielo a los países cálidos y convertirlo en producto de consumo? William siempre tenía la cabeza llena de planes, pero era un diletante. "No hay por qué ponerlos en práctica", decía. Frederic, sin embargo, pensaba que su hermano malversaba su genio por no tomar en serio sus propias ideas y en poco tiempo se puso manos a la obra.

No tenía capital ni experiencia. No tenía nada que no fuera su coraje y terquedad. Ni siquiera tenía estudios porque, a diferencia de su padre y sus hermanos, había desechado la idea de estudiar en Harvard, que era lo propio en miembros de su clase refinada. A los trece años ya se dedicaba a los negocios.

Frederic tenía ese punto de paranoia y obcecación que distingue a los visionarios, de manera que comenzó a estudiar la posibilidad de aserrar bloques de hielo de los lagos congelados de la región, embarcarlos y venderlos en los ardientes trópicos. Lo llamaron loco y tuvo que armarse de paciencia cuando, uno tras otro, los armadores se negaron a aceptar sus gélidos fletes.


A los 23 años, Frederic Tudor se endeudó hasta las cejas para fundar su empresa, la Tudor Ice Company, y comprar un navío propio, al que llamó Favorito. Su primera diana estaba 2.400 Km al sur: era la isla de Martinica. Aquel 10 de febrero de 1806, el Boston Gazette informó: "No es broma. Un barco ha salido de Custom House a la Martinica con un cargo de hielo".

Para evitar resbalones, Frederic había mandado por delante a su hermano William y a su primo James Savage con la misión de obtener el monopolio en varias islas. Los enviados de Frederic se las prometían muy felices hablando en francés con la madre de la emperatriz Josefina y otras damas de ringorango de Saint-Pierre.

Debían obtener apoyos para su proyecto y buscar lugares de almacenaje para el hielo. Intentarían también conseguir del Gobierno de Cuba la concesión exclusiva del comercio de hielo a cambio de mil dólares. La singladura del Favorito duró tres semanas y atracó en Saint-Pierre con 80 toneladas de hielo en sus bodegas para los acalorados colonos franceses. Aunque el cargamento llegó en óptimas condiciones, la operación comercial resultó un fracaso. Aquellos gabachos de ultramar se quedaron helados cuando supieron lo que llevaba el bergantín. No estaban por la labor de aguar el sabor de sus bebidas locales y se burlaron del pobre Frederic. Tudor sintió el frío de un témpano de hielo en las entrañas cuando vio con desesperación cómo su mercadería hacía aguas al derretirse sin remedio. Había invertido 10.000 dólares y sólo recuperó la mitad.

Pero como nunca nada está tan mal que no pueda empeorar, al año siguiente mandó tres nuevos cargamentos de hielo a La Habana a bordo del Trident. Una vez más las pérdidas fueron cuantiosas. En aquellos días aciagos, el joven Tudor anotó en su diario una frase digna del libro de los héroes de Carlyle: "Quien se rinde ante la primera adversidad, y no lucha hasta el último aliento, no será nunca un héroe ni en la guerra, ni en el amor ni en los negocios". El que se convertiría en el rey del hielo tenía la misma frialdad que su mercancía, pero también un temple de acero blindado y una minuciosidad de actuario que le llevó a anotar durante 20 años todas las incidencias de su hazaña en su Diario del hielo. "Tan pobre, tan desanimado, sentía indiferencia por la vida y embarqué sin un dólar hacia La Habana", recordaría años después al evocar el primer flete con el que pudo al final romper el hielo. Fue en 1810 cuando logró vender su carga por valor de 7.400 dólares. Poco después, colocó una nueva remesa por 9.000 dólares, pero sólo percibió mil por la 'conducta villana' de su agente. Los acreedores lo acosaban y pasó en prisión por deudas buena parte de los años 1812 y 1813. El día en que entró en la cárcel anotó en su diario: "Tengo 28 años, seis meses y cinco días. No he podido evitar esta desgracia pero nunca me rendiré". Dos años después volvió a la carga gracias a un préstamo de 2.100 dólares con los que pudo construir un hangar en La Habana capaz de almacenar 150 Tm de hielo. El negocio empezaba a marchar viento en popa y, para que los barcos no regresaran de vacío, comenzó a importar frutas con destino al puerto de Nueva York. Esta nueva división del negocio fue un desastre porque la fruta llegó podrida tras un largo mes de viaje. Así que se consoló abriendo nuevos mercados para el hielo en Charleston, Savannah y Nueva Orleans. Al mismo tiempo experimentaba la forma de preservar el hielo de los estragos del calor cubriéndolo con virutas de madera y paja.

Construyó frescos hangares en los trópicos y, para demostrar las bondades de su producto, ofreció degustaciones gratuitas en exquisitas veladas con personajes distinguidos a los que servía bebidas en vasos de cristal con cubitos. Los iniciados se convirtieron en adictos y precursores entusiastas. Tudor convenció a los dueños de los bares para vender las bebidas con hielo a la vez que enseñó a los restaurantes a fabricar helados con bloques de hielo. También demostró a los médicos que el hielo bajaba la fiebre de los enfermos con calentura. Los caribeños pasaron de denostar el hielo a no poder vivir sin él.

El antes quedaba atrás y el después era una tierra de promisión. Frederic Tudor consiguió vender bloques de hielo en La Habana, Kingston, Saint-Pierre y otros puertos antillanos. En su época de mayor esplendor la compañía de Tudor realizaba embarques de más de 180 Tm de hielo hacia Cuba. Ya era el rey del hielo, ya era millonario. "Cosechaba" sus bloques de hielo en una docena de yacimientos: los lagos y estanques de Massachussets. Era un terrateniente de inmensas plantaciones de hielo. A veces perdía el sueño cuando el clima no era lo bastante inclemente y el anticiclón auguraba malas cosechas. Por ello estudiaba minuciosamente los caprichos del clima pues su imperio era vasallo de la metereología. En su diario pueden leerse anotaciones híbridas de lirismo y contabilidad: "La escarcha cubre la ventana, las ruedas chirrían, los niños corren, sopla el viento y 50.000 dólares vienen hacia mí en flotas de hielo desde el estanque Fresh". Cosechaba en invierno y almacenaba la mercancía en pozos.

Havia 1825, las ventas iban tan bien que el problema era poder atender la demanda. La dificultad estribaba en que el corte a mano de los bloques limitaba el crecimiento de la compañía. Uno de sus proveedores, Nathaniel Jarvis Wyeth, enganchó caballos a arados que cortaban los bloques de hielo. Con grandes sierras metálicas, los bloques se cortaban luego a mano. Extensas pasarelas de madera servían para transladarlos desde el lago hasta los buques mercantes. El nuevo método permitió triplicar su producción.

Al comerciante Samuel Austin no le costó mucho convencer a Tudor para vender la mercancía en la India, que estaba a 26.000 Kms y a cuatro meses en barco desde Massachusetts. El 12 de mayo de 1833, el bergantín Tuscany navegó desde Boston hasta Calcuta con 180 toneladas de hielo cortadas durante el invierno. Cuando, en el mes de septiembre, llegó al Ganges, muchos creyeron que se trataba de una broma, pero el barco conservaba perfectamente sólidas 100 toneladas de hielo. Durante 20 años, Calcuta fue el más lucrativo de los mercados y dejó a Frederic Tudor unos beneficios de 220.000 dólares.

En la década de 1840, el comercio del hielo atravesaba todas las rutas del globo. Se vendía al por menor en todas las ciudades y se convirtió en una materia prima tan común como el trigo, el café o el maíz. No sólo se usaba para las bebidas, sino también para conservar los alimentos y para la producción de cerveza. El pionero ya no estaba solo; su compañía era sólo una pequeña parte del comercio mundial, auunque su cuota de mercado le dio de sobra para saldar sus deudas y llevar una regia existencia.

Cuando murió, en el invierno de 1864, rico y feliz, se acababa de inventar el congelador, pero faltaban varias décadas para que la generación masiva de electricidad permitiera los avances en los sistemas de refrigeración y volviera obsoleto su negocio. Expiró en una casa de Boston, con 80 años y una fortuna equivalente a 12 millones de dólares actuales.

Nota: El lago Wenham, en Massachusetts, llegó a ser mundialmente famoso por la claridad de su hielo. No había en Londres o París mesa aristocrática que no contara en sus fiestas con hielo de este lago. La Reina Victoria otorgó a Tudor una Real Cédula de proveedor de la Casa Real.

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