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lunes, octubre 18

"The phoney war"

(Extraído de la Carta del Director de El Mundo del 27 de junio)

[...] Y si se trata de encontrar a un gobernante al que los acontecimientos le obligaron a rectificar, poniéndole en la desairada tesitura de hacer lo contrario de lo que venía predicando, el modelo no sería Roosevelt -tampoco, por supuesto, Churchill- sino Neville Chamberlain.

[...] ni Merkel, ni Sarkozy, ni Cameron habían dicho una semana antes de llevarla a cabo que no era necesaria una mayor reducción del déficit, ni menos aún habían alardeado con insistencia de que nunca abaratarían el despido. Quien sí hizo ese papelón fue Chamberlain, al tener que pasar en 24 horas de una similar obstinación en la política de apaciguamiento que había desembocado en el oprobio de Múnich, a la declaración de guerra a Alemania cuando a comienzos de septiembre de 1939 las tropas de la Wehrmacht invadieron Polonia. El aún líder del Partido Conservador se tragó todas sus palabras, nombró a Churchill primer lord del Almirantazgo -o sea ministro de Marina- y con el sentido de la responsabilidad propio de un acrisolado patricio de una vieja democracia, empuñó la batuta para interpretar una nueva sinfonía bélica. Pero pronto quedó patente que en el fondo de su corazón no creía en lo que hacía.

Un cuerpo expedicionario cruzó el Canal para respaldar la ofensiva francesa en el Sarre, destinada a obligar a los alemanes a distraer parte de las fuerzas dedicadas a la nueva violación de Polonia. Pero el ataque se detuvo tras haber penetrado tan sólo ocho kilómetros en territorio enemigo. Entre tanto, la RAF iniciaba sus misiones sobre suelo alemán… lanzando millones y millones de panfletos contra el régimen de Hitler, como únicos proyectiles. Su propósito era demostrar a los nazis cuán vulnerables eran, pero eso sólo sirvió para hacerles reforzar sus defensas antiaéreas, además de -como dijo un alto cargo militar- «suministrarles papel higiénico para varios años de guerra».

Empezaron llamándola la guerra del confeti y el senador americano William Borah terminó bautizándola The Phoney War, algo así como la guerra de pega. «Europa estaba pacíficamente en guerra», escribiría William Manchester, subrayando que la única baja británica en el continente fue un cabo que se hirió mientras limpiaba el arma. Aquello era una guerra sin guerra. Exactamente lo que más podía gustarle al archipacifista Chamberlain.

Aunque hubo episodios que impregnaron la pugna por la supremacía naval de un aura de misterio y aventura, como la incursión de un submarino alemán hasta la base de Scapa Flow o la persecución y hundimiento del acorazado de bolsillo Graf Spee ante la rada de Montevideo, durante ocho interminables y aburridos meses no ocurrió nada relevante en el teatro de operaciones terrestres. Mientras en el Reino Unido se suscitaba el debate sobre si debía mantenerse o no la prohibición de encender el alumbrado público por la noche -pues proliferaban los accidentes de tráfico en la oscuridad- y gran parte de los niños enviados preventivamente a Canadá regresaban a sus hogares, todos los esfuerzos de la mayor parte de los miembros de aquel supuesto gabinete de guerra se encaminaban a negociar la paz.

Sólo Churchill se salía de esa pauta, pero sus planes obtenían siempre un apoyo limitado y espasmódico por parte del primer ministro. Fue el caso de su propuesta de minar los accesos a los puertos noruegos para prevenir un desembarco alemán, adoptada a mediados de febrero, revocada 10 días después y a punto de ser implementada al fin a primeros de abril. Fue entonces cuando Chamberlain compareció ante el Parlamento y se jactó de que «su» declaración de guerra y el rearme auspiciado por «su» gobierno habían ejercido un efecto disuasorio sobre el Reich, hasta el extremo de poder afirmar que «una cosa está clara: Hitler ha perdido el autobús».

[...] Chamberlain intervino un jueves en los Comunes y el martes siguiente Hitler invadió Noruega como aperitivo de la Blitzkrieg que un mes después plancharía la Línea Maginot y le convertiría en amo de Francia. Fue entonces cuando el veterano líder liberal Lloyd George le explicó a Chamberlain que «lo mejor que podía hacer por el esfuerzo bélico» era presentar la dimisión para que alguien que creyera en una política de búsqueda de la victoria a cualquier precio -es decir Churchill- pudiera formar un gobierno de unidad nacional.

[...] una losa de oprobio equivalente a la que la confesión del mariscal Jodl en el juicio de Nüremberg supuso para la memoria de Chamberlain: «Si Alemania no se colapsó ya en el 39 fue sólo por la inactividad de las divisiones británicas y francesas durante la campaña de Polonia».