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martes, agosto 10

Máximo Gorki: ardor revolucionario

(Un artículo de Manuel Hidalgo en El Mundo del 25 de junio de este año)

A los 19 años, el joven Alexéi Maximovich Péshkov se pegó un tiro en el corazón. Por fortuna para él, erró el disparo, y la bala atravesó sus pulmones. Se recuperó, si bien en tal intento de suicidio está el origen de la tuberculosis crónica que perturbaría su salud durante el resto de su vida.

El muchacho había visto morir a sus padres de muy niño, había sufrido la ruina de los abuelos que lo acogieron y, sin apenas pasar por el colegio, había trabajado desde crío en los oficios más duros e inhumanos. En Kazán, donde se encontraba, había sido rechazado en su empeño por entrar en la universidad. La terrible miseria y explotación de las clases bajas y el infinito número de marginados y desgraciados que, con una existencia embrutecida por el alcohol y la violencia, había encontrado en su desolador vagabundeo por la Rusia zarista le tenían afligido y hundido. Vivir sin horizontes y entre tanta pobreza no tenía sentido.

Pero Alexéi aprovechó la segunda oportunidad que le dió el destino. Era ya un devorador compulsivo de libros, y en Kazán entró en contacto con círculos protorrevolucionarios que le hicieron ver que el sentido de la vida consistía en cambiarla en beneficio de todos. Estaba a punto de nacer, de las cenizas de Alexéi, el escritor Máximo Gorki -"gorki" en ruso es "amargo"-, y así sucedió, en 1892, cinco años después, con la publicación de su primer cuento. Un éxito inmediato, prolongado con las siguientes entregas hasta convertirlo en una celebridad en toda Rusia. Todo este tramo de su vida lo contará con detalle en los tres tomos de su autobiografía.

Para cuando escribe "Tomás Gordeieff" (1899)*, Máximo Gorki ya se ha casado -tendrá dos hijos, Katia y Máximo-, ha sido encarcelado por primera vez por su activismo político -en el partido socialdemócrata- y ha conocido en Crimea a Tolstoi y Chéjov -sobre los que trazará muchísimo más tarde magníficas semblanzas-, que le animarán a escribir teatro.

De ese aliento surgirán años después piezas como "Los pequeños burgueses" (1901) y "Los bajos fondos" (1902) -representadas con gran acogida por el Teatro del Arte de Moscú, bajo la dirección de Konstantin Stanislavski- que, junto con "Los veraneantes" (1904), forman el trébol de oro de su producción dramática.

Pero el triunfo y los plácemes -incluida la entrada en la Academia- están comprometidos por su radical militancia política. Su participación en la Revolución de 1905 le obliga al exilio. Gorki ya es partidario de Lenin y del ala bolchevique de los socialdemócratas. Viaja a Estados Unidos para recaudar dinero para los subversivos, y allí escribe "La madre" (1907), su novela más leída, aunque no esté a la altura de "Los Artamonov" (1925), saga de una familia de fabricantes y gran fresco del comportamiento capitalista en la Rusia prerrevolucionaria y mayoritariamente campesina.

La historia de una anciana que muere asesinada en un tumulto tras tomar partido por sus hijos revolucionarios se convierte en el texto emblemático de la literatura bolchevique, pasando a ser pieza canónica del cine soviético cuando Vsevolod Pudovkin la convierte en película en 1926.

Gorki, hasta "La madre", había hecho sus armas literarias dentro de un naturalismo encendido e infiltrado de romanticismo, que, con gran energía sentimental y cromatismo en las descripciones, describía vidas excesivas y atroces marcadas por la injusticia o indagaba en las precariedades de la pequeña burguesía.

A partir de "La madre", punto de inflexión, su obra toma partido abierto por los proletarios, ataca a los poderosos y denuncia el liberalismo tibio. Por razones de salud, Gorki se instala en Capri para seguir escribiendo. Vuelve a Rusia en 1913 para sumarse al proceso revolucionario, pero sus reconvenciones a su amado Lenin por su precipitación en la toma de poder lo devuelven a Italia, concretamente a Sorrento.

Muerto Lenin, Máximo Gorki regresa de nuevo a Rusia en 1928 con 60 años y recibe grandísimos honores. Y resulta que el hombre que había sido crítico con aspectos de la Revolución y que había evitado personalmente represalias sobre decenas de artistas e intelectuales mal vistos por el nuevo sistema, se convierte ahora en el gran adalid del estalinismo. Se le concede la presidencia de la Unión de Escritores Soviéticos y, sobre la matriz de "La madre", Gorki es el delineante que define el dogmático y excluyente Realismo Socialista, que ha de aplicarse a todas las manifestaciones artísticas. Es paradójico y patético que "La madre" prácticamente termine con este grito de la anciana casi moribunda: <<¡¡No apagaréis la verdad con mares de sangre!!>>.

Sin embargo, Gorki, a cuyo hijo han asesinado los trostkistas, se distancia del estalinismo en el final de su vida. Puesto bajo arresto domiciliario, muere de una neumonía fulminante el 18 de junio de 1936. Esta dicho, pero no probado, que sus propios médicos lo mataron por orden de Stalin, quien decretó el máximo honor de enterrar al escritor en los muros del Kremlin ante un millón de personas que le dijeron adiós en la Plaza Roja.

*Este torrencial y expresionista relato narra el infortunio inicial, el auge y la caída de una de esas descomunales figuras del escritor ruso que, con tintes de héroe, acaba sumiéndose en los abismos del antihéroe, empujado por el afán de posesión y dinero a toda costa. Hay una frase en el texto, al principio, que indica el vector moral de la peripecia: "La conciencia es una fuerza que no doma sino a los débiles". Como novela de iniciación, Gorki introdujo en su argumento materiales de su experiencia, por lo que, sobre todo en su primera parte, el argumento presenta no pocos ingredientes autobiográficos.