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domingo, mayo 9

En plena operación bikini

(Un artículo de Juan Manuel de Prada en el XLSemanal que pone un poco de humor al tema-)

Dejó escrito Edgar Neville que la única dieta infalible es una estancia en un campo de concentración nazi (pero quizá por entonces no se conocían las clínicas de adelgazamiento intensivo del gulag). A juzgar por el ímpetu con que algunos se empeñan en la tarea imposible de
corregir sus michelines, podría pensarse que estarían dispuestos a ingresar voluntariamente en tan amenos lugares. Está demostrado que los kilos son el mejor amigo del hombre, o al menos el amigo más leal e insistente, de una lealtad y una insistencia caninas: por mucho que uno se esfuerce en espantarlos cuando llegan los sofocos estivales, los kilos siempre vuelven a casa por Navidad, como aquellos familiares pelmazos del anuncio, para abrigarnos la cintura y los riñones, que son partes muy delicadas de la anatomía que requieren protección contra el frío. Pero a sabiendas de que los kilos siempre vuelven, a veces acompañados de otros kilos sin dueño que se encontraron en la calle y a quienes, por desesperación o misericordia, acabamos brindando nuestra hospitalidad de gordos caritativos y vocacionales, así y todo, hay gente que se empeña en desalojarlos con dietas atroces y severísimas que son como órdenes de desahucio. Por supuesto, los desahuciados nunca son los kilos excedentes, sino los pobres diablos que sufren la dieta.

Ocurre con las dietas como con el matrimonio. Primeramente hay que encontrar la dieta que nos corresponde, esa dieta específica que puede remediar nuestra gordura recalcitrante. Cuando por fin encontramos la dieta que parece inventada para nosotros, pensamos que nuestra felicidad
está garantizada; pero pronto descubrimos que, como en el matrimonio, lo único que está garantizado es la rutina, una rutina aún más gravosa que la conyugal, contra la que además no caben excepciones. Mientras los casados pueden permitirse de vez en cuando algún desliz o desahogo clandestino, y aspirar incluso a que dicho desliz pase inadvertido, los que están sometidos a una dieta pagan muy caras sus tentaciones adúlteras: cualquier infracción es inmediatamente acusada ante la báscula. Como ocurre también con los matrimonios, son frecuentes las rupturas de las dietas; pero, misteriosamente (ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra), quien renunció a una dieta, asqueado de las privaciones y sacrificios que le imponía, acaba abrazándose a otra todavía más rigurosa, previo paso por la consulta de un experto en dietética, que suele estar más forrado que un abogado especialista en divorcios.

A quienes mantienen dieta se los distingue enseguida por la cara de congrios hervidos que se les pone, no tanto porque su rácano régimen de alimentación los obligue a mantener una existencia fastidiosa (que también), sino sobre todo porque sus amigos no dejan de afligirlos con pullas involuntarias. Una de las principales pesadillas del gordo sometido a dieta es que todo el mundo se considere legitimado para asestarle sus recomendaciones; así, por ejemplo, se le dice: «Deberías comer la mitad de lo que comes», sin reparar antes en que el gordo sometido a dieta siempre come la mitad de lo que en realidad desearía comer. Existen ahora unas dietas personalizadas que los dietistas elaboran después de someter a su cliente a análisis de sangre y no sé cuántos enjuagues de laboratorio; dichas dietas son como la versión ensañada de aquel Pedro Recio de Tirteafuera que martirizaba a Sancho Panza, prohibiéndole engullir cualquier vianda mínimamente gustosa. Además, con las dietas personalizadas suele ocurrir que si, por ejemplo, tratan de combatir los índices de colesterol demasiado elevados de la víctima, lo hacen a costa de elevarte los índices de glucosa o urea; de tal manera que a la postre es necesaria otra dieta personalizada que solucione los desarreglos provocados por la anterior dieta
personalizada, y así hasta el infinito. Una fatiga.

Las dietas, a la larga, sólo consiguen abrir el apetito. El organismo, una vez concluido el martirio, se abalanza sobre los alimentos que le fueron vedados, reponiendo en un santiamén los kilos que tanto esfuerzo le costó suprimir. Eso por no mencionar que una molla bien apretada es preferible a un pellejo flácido. No sean desagradecidos y amen sus kilos como ellos les aman a ustedes.