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domingo, junio 28

Recordando a otra Catalina de Aragón :-)

(Un reportaje de Carmen Machado, extraido del suplemento "Magazine" de El Mundo del 19 de abril)

Se cumplen 500 años del advenimiento de Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, como soberana de Inglaterra. «Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina», según la describió Shakespeare, fue muy querida por el pueblo inglés, que no dudó en ponerse de su lado cuando se negó a concederle el divorcio a su esposo, Enrique VIII.

El 24 de junio de 1509, una princesa española de 23 años recorría orgullosamente las calles de Londres rumbo a la Abadía de Westminster. Sentada en una litera llevada por hermosos alazanes, ataviada con un vestido de raso blanco bordado y luciendo una corona de oro, zafiros y
perlas, Catalina de Aragón despertó la admiración de los londinenses.

En el templo la aguardaba su joven esposo, Enrique VIII, a punto de cumplir los 18 años y con quien se había desposado 13 días antes. Ambos fueron coronados reyes de Inglaterra en medio del regocijo popular: gracias a la nueva reina, el país se aseguraba una alianza estratégica con Fernando de Aragón, el Rey Católico. Unidas por lazos de sangre, Inglaterra y España por fin podrían poner freno a la hegemonía de Francia. Segundo intento. Era la culminación de un proyecto político que se había fraguado durante muchos años y que ya había tenido una primera
tentativa, puesto que Catalina había estado casada con el hermano mayor de Enrique, el príncipe Arturo de Gales, heredero al trono. Arturo sólo tenía 15 años en el momento del enlace y había muerto unos meses después sin haber consumado el matrimonio, o al menos así se aseguró en aquellos momentos. La solución más práctica era que la princesa viuda de Gales, previa dispensa papal, se casara con Enrique, el nuevo heredero de la dinastía Tudor.

El nuevo matrimonio comenzó con los mejores augurios. Según Antonia Fraser, autora del documentado estudio Las seis mujeres de Enrique VIII, los intereses políticos no fueron los únicos que movieron al rey a la hora de casarse con Catalina. El monarca estaba verdaderamente enamorado de su esposa española, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que ella reunía una serie de cualidades excepcionales, incluso entre las mujeres de la realeza de su tiempo.

En primer lugar, era extraordinariamente bella. Tenía la piel muy blanca, los ojos azules y un cabello largo y abundante de color rubio rojizo, herencia, sin duda, de su antepasada inglesa Catalina de Lancáster, abuela de Isabel la Católica. Además, en una época en que la fertilidad de las mujeres se asociaba con unas formas redondeadas, Catalina cumplía de sobra con las expectativas, ya que era rolliza, pero sin llegar a la gordura. Por contra, era de baja estatura, aunque ese defecto se compensaba con su hermosa voz, grave y de tonos bajos, que confería un aire de dignidad a sus palabras.

Además de hermosa, Catalina era excepcionalmente culta. Su madre, Isabel la Católica, se había preocupado de que dominara el latín, algo muy importante ya que era la lengua de la diplomacia internacional. También hablaba francés; había leído a los autores clásicos y a los historiadores latinos, y había estudiado derecho civil y canónico, heráldica, genealogía, música, baile y dibujo. Según las crónicas inglesas de la época, Catalina «poseía unas cualidades intelectuales con las que pocas reinas podrían rivalizar».

La real pareja fue feliz durante varios años. Y el amor del rey sólo se veía enturbiado por la falta de un heredero varón. Catalina tuvo dos abortos y tres hijos que murieron al poco de nacer. Únicamente pudo darle a Enrique una hija, María, pero no logró concebir el ansiado príncipe que garantizase la continuidad de la dinastía Tudor. Con el paso del tiempo, el rey se fue impacientando, aunque es posible que la idea del divorcio le hubiera pasado por su mente de no ser por la aparición, en la primavera de 1526, de una mujer ambiciosa y decidida de la que se enamoró ciegamente. Ana Bolena, dama de honor de la reina, hubiera podido engrosar la lista de amantes de Enrique VIII, pero ni su familia, perteneciente a la nobleza cortesana, ni ella misma, se conformaron con tan poco.

Los detalles de aquellos tiempos turbulentos los conocemos por fuentes tales como los informes de los embajadores extranjeros, especialmente los de Chapuys, el legado español; por los documentos enviados al Archivo Vaticano; por escritos particulares, como la Spanish Chronicle,
del comerciante español establecido en Londres Antonio de Guaras, y por las crónicas inglesas contemporáneas de los hechos. Así sabemos que, al negarle sus favores sexuales, Ana llevó al rey a un estado rayano en la locura que suscitó los comentarios en la corte de que había sido embrujado. La única forma de poseerla sería ciñendo la corona sobre sus sienes.

Después de muchas vacilaciones, el monarca creyó dar con la solución ideal. Le propondría el divorcio a la reina basándose en que su matrimonio había sido nulo. Para ello, se aferró a la argucia legal de que la Biblia señalaba como inválida la unión entre un hombre y la mujer de su hermano. Aunque el matrimonio entre Catalina y Arturo no se había consumado –Enrique VIII nunca tuvo el coraje de desmentir a la reina cuando ella proclamaba que era virgen antes de casarse con él– el argumento podría haber funcionado de cara a la galería. Al fin y al cabo, las anulaciones de matrimonios reales estaban a la orden del día y, de hecho, el papa Clemente VII sugirió que Catalina podría retirarse discretamente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del rey. Pero ni Enrique VIII ni el Papa habían contado con el carácter indomable y altivo de la reina.

Carácter regio. Catalina era hija de reyes, había sido educada para ocupar un trono y conocía sus derechos. No estaba dispuesta a ceder la corona ni a permitir que su hija María fuera declarada bastarda. Contaba, además de con su orgullo, con el apoyo de su poderoso sobrino, el emperador español Carlos V.

Por otro lado, el pueblo inglés la adoraba por su caridad con los desfavorecidos, su piedad y su gentileza. Y una parte de la nobleza estaba a su favor. Así que, fortalecida con estos apoyos, Catalina de Aragón se preparó para la batalla. Consiguió que Carlos V presionara al Papa para que denegara el divorcio. Cuando la llamaron a declarar ante un tribunal presidido por su esposo, rebatió a sus acusadores y se dispuso a abandonar la sala sin más tardanza. Según el embajador
francés, presente en el juicio, la requirieron para que regresara, pero ella, sin detenerse, afirmó: «Este tribunal no es imparcial conmigo. No me demoraré aquí», y se marchó con la cabeza alta y sin volver la vista atrás.

La reina no se amedrentó ni ante los ruegos ni ante las amenazas («ni por mi hija ni por mis posesiones materiales ni por ninguna adversidad o disgusto cederé», dijo), pese a que fue desterrada de la corte y confinada en residencias cada vez más inhabitables y lóbregas. El rey se
enfureció terriblemente y sobornó, chantajeó y presionó para obtener el divorcio, pero no pudo torcer la postura del Pontífice, quien temía la ira del emperador español.

Finalmente, Enrique VIII tomó una resolución inaudita: rompió con el papado y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra». En 1533 se casó con Ana Bolena, a la que el pueblo denominaba «esa mala perra» o «la puta del rey». La nueva reina odiaba a la princesa María y llegó a decir que «haría de ella una criada de su casa o la casaría con un sirviente». También manifestaba que deseaba la muerte de Catalina, a quien culpaba de que la mayoría de los países europeos no reconocieran su boda con el rey.

Una vez obtenido su capricho, el amor de Enrique por Ana Bolena se fue enfriando. Al fin y al cabo, ella tampoco fue capaz de darle un heredero varón (aunque su hija Isabel sí llegó a acceder al trono) y, como pudo comprobar el monarca por sí mismo, salía perdiendo si se la comparaba
con su anterior esposa. Ana carecía de la dignidad y el dominio de sí misma que ostentaba la reina Catalina, por no hablar de la ascendencia real y las influencias internacionales de ésta. Además, en el fondo de su corazón, el rey sabía que Catalina lo había amado profundamente y
que, pese a las humillaciones a las que la sometió, ella nunca consintió encabezar una revuelta sangrienta contra él.

El 7 de enero de 1536, antes de morir en su destierro del castillo de Kimbolton, Catalina de Aragón escribió una última carta dirigida a su esposo. Después de perdonarlo y rogarle que cuidara de María, la hija de ambos, terminaba con unas palabras conmovedoras: «Finalmente, hago este juramento: que mis ojos os desean por encima de todas las cosas. Adiós».

Ana Bolena sólo la sobrevivió cuatro meses. Fue decapitada en la Torre de Londres el 19 de mayo y enterrada a pocos metros, en la capilla de San Pedro. El rey contrajo cuatro matrimonios más, ganándose a pulso el sobrenombre de Barbazul (no en vano, repudió a su cuarta esposa y
decapitó a la quinta).

Catalina de Aragón, por su parte, descansa en la hermosa catedral normanda de Peterborough, la que inspiró a Ken Follet para escribir Los pilares de la tierra. En la losa de su tumba aparecen sus emblemas: granadas (por la fruta, símbolo de fertilidad, y por la ciudad española del mismo nombre, a cuya rendición asistió Catalina junto a sus padres, los Reyes Católicos) y las banderas que la acreditaban como Infanta de Castilla y Aragón.

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1 Comments:

At 1:34 p. m., Blogger Stratego said...

Aquí os dejo abrir un e-libro muy útil para que lo miréis, se llama “Manual y espejo de cortesanos”, de C. Martín Pérez.
http://www.personal.able.es/cm.perez/comentarioslibros.html
http://www.personal.able.es/cm.perez/Manual_y_espejo_de_cortesanos.pdf
Simula, disimula, no ofendas a nadie y de todos desconfía: antiguo consejo para un joven Rey Sol que te servirá para desenvolverte y medrar en la Corte en la que todos sobrevivimos. Donde hay un grupo de personas, existirá una lucha por el poder, alguien lo conseguirá y a su sombra crecerán los cortesanos que conspirarán para quitárselo o para agarrarse a una porción de poder dentro de su Corte. Tal vez aún no te hayan contado cómo funciona todo esto. Te guste o no, ya estás metido de lleno en la Corte y es mejor que domines sus reglas. Despierta, otros ya te llevan ventaja. Es hora de medrar.
Saludos

 

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