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sábado, enero 17

Recordatorio de la crisis del 29

(Artículo leído en el XL Semanal el 28 de diciembre. Creo que resume bastante bien -sin entrar en profundidades- el desastre que llegó a ser aquella crisis)

Si por algo pasará a la historia este 2008 es por ser el big bang de la crisis mundial. Muchos especialistas han visto en este crash similitudes con lo que pasó hace ahora casi 80 años, cuando Wall Street arrastró al mundo hacia la Gran Depresión. Algunos testigos todavía viven para contarlo. Nada mejor que escuchar sus palabras para aprender cómo capear el temporal.Lois Barbour perdió un zapato unos meses después del crash de la Bolsa de 1929. Tenía seis años y vivía en un pueblo de Carolina del Norte. Estaba jugando y se lo lanzó a un niño, pero el zapato cayó a un pozo. Lois sabía que sus padres no podrían comprar otro par. El banco donde guardaban sus ahorros había quebrado, como lo harían otros 8.000 bancos estadounidenses, un tercio del total. La familia se alimentaba de verduras cultivadas en el patio. La niña se descolgó por el pozo y lo buscó a tientas. Lois, hoy octogenaria, recuerda la oscuridad de aquel pozo con angustia. Fue una época traumática. Quedan 12.000 millones de estadounidenses mayores de 80 años cuya infancia o juventud estuvo marcada por la peor crisis económica de la historia. EE.UU ya ha entrado en recesión. De repente, la experiencia de estos ancianos no sólo despierta el interés de sus hijos y nietos, también el de medios como The Wall Street Journal. Son testigos doblemente valiosos, porque sirven para calibrar el alcance de lo que estamos viviendo y porque ellos salieron adelante. Los norteamericanos buscan ejemplos en los que inspirarse para capear el temporal. William Hague, de 89 años, editor jubilado en Nueva York, expresa una duda muy extendida: ¿están las generaciones jóvenes preparadas para los tiempos duros? «Recuerdo que la gente venía al porche de nuestra casa a mendigar comida o pedir trabajo por un par de dólares. Toda mi vida he sido cuidadoso con el dinero o la comida. Hemos tenido una prosperidad ilimitada durante 60 años. ¿Podremos soportar las vacas flacas?»Entonces, nada hacía presagiar lo que se avecinaba. Año nuevo en Times Square, Nueva York, 1929. El equivalente yanqui a la Puerta del Sol. Ríos de champán. El presidente Herbert Hoover habla de «una nueva era de bienestar eterno». El editorial de The New York Times resume el año que se acaba: «Doce meses de prosperidad sin precedentes». La confianza es contagiosa. «La gente creía firmemente que el futuro sería espléndido», recuerda Rita Mitchell, la hija del magnate Charles Mitchell, en un documental de la televisión pública PBS. «Todo el mundo tenía acciones. El tendero de la esquina, el sastre, hasta el limpiabotas.»Durante ocho años, la Bolsa había subido sin parar. Estados Unidos había emergido de la Primera Guerra Mundial como la gran potencia. El dólar era el rey. Se inventó la tarjeta de crédito. Fue la puesta de largo de la sociedad de consumo y en los hogares entraron los primeros electrodomésticos. Wall Street era el templo de la prosperidad. Y un puñado de hombres de negocios, los sumos sacerdotes: William C. Durant, fundador de General Motors, controlaba tanto dinero (unos 5.000 millones de dólares, multiplique por diez para hacerse una idea de su poder adquisitivo actual) que él solo era capaz de hacer subir el precio de un valor cuando compraba. Charles Mitchell, presidente del National City Bank, popularizó las acciones y los bonos entre el gran público. Miles de inversores seguían los consejos de Evangeline Adams, una astróloga, entre ellos Charles Chaplin y el magnate J. P. Morgan. Groucho Marx se convirtió en accionista. Su hijo, Arthur, rememora: «Los Marx siempre habían sido pobres y mi padre era muy avaro, incluso cuando ya era una celebridad. Pero en 1929 metió todos sus ahorros en la Bolsa». Parecía de idiotas no invertir. Había tejemanejes, que entonces eran legales. Un grupo de inversores potentes podía llegar a un acuerdo secreto: comprar acciones de un valor, hacer que se inflase llamando a periodistas a sueldo que le vendían la moto al gran público… y forrarse.

También había críticos, pero pocos los escuchaban. «Esto es una burbuja. Reventará», advertía el economista Roger Babson. La industria americana producía demasiado, confiada en exportar el exceso de oferta. Entre los pocos que vieron venir el desastre, el gánster Al Capone. «Esos chicos de la Bolsa son unos mafiosos, unos auténticos ladrones», sentenció.En marzo empezaron los nervios. Gran parte del dinero que circulaba en Bolsa era prestado. Los inversores pedían créditos a los bancos. Mientras los dividendos superasen a los intereses, que rondaban el diez por ciento, el negocio iba viento en popa. Pero de repente eso no fue así. Los bancos tuvieron problemas de liquidez y dejaron de aflojar la pasta. Los intereses se dispararon y llegaron al 20 por ciento. Ya nadie podía permitirse el lujo de pedir prestado. La produción de acero se hundía. La construcción se frenó. La venta de coches cayó. Los consumidores perdieron la confianza... ¿Les suena?Parece un calco de la crisis actual. Pero lo más inquietante, señala el historiador Niall Ferguson en la revista Time, es el alcance global de ambas. Entre 1929 y 1932, la producción de los siete países más desarrollados cayó un 20 por ciento y el comercio mundial se redujo en dos tercios. Sin embargo, Ferguson también detecta diferencias esperanzadoras. «Quizá podamos evitar otra depresión. Ahora, los bancos centrales y los gobiernos saben que es mejor tener déficit que sufrir pérdidas masivas de producción y empleo.» Además, los planes de rescate que han inyectado liquidez hacen que los bancos sean menos vulnerables.Pero volvamos a 1929. Los precios de las acciones ya nada tenían que ver con los beneficios de las compañías. Era un boom especulativo. En septiembre, el mercado tocó techo. «Hay un dicho en Wall Street: `Las dos emociones más importantes son el miedo y la avaricia´. Eres avaricioso y quieres hacer más dinero. Y de pronto el mercado cae diez puntos y te entra el pánico», explica el historiador Robert Sobel. Y el pánico se apoderó del mercado el Jueves Negro, 24 de octubre. Trece millones de acciones cambiaron de manos, aunque al final de la jornada hubo una reacción heroica. Pero llegó el fin de semana y los inversionistas le estuvieron dando vueltas a la cabeza. Y el lunes todo el mundo quería vender. Hubo peleas, histeria. Era la ruina. Groucho Marx lo perdió todo: unos 250.000 dólares, dos millones de euros actuales. Circuló un chiste: los recepcionistas de los hoteles de Nueva York preguntaban a los huéspedes si querían la habitación para dormir o para `saltar´.La epidemia se extendió más allá de Manhattan a mediados de 1930. Y con ella se fue la ilusión de la riqueza sin límites. Cuando comenzó la presidencia de Roosevelt, en 1933, uno de cada cuatro norteamericanos estaba desempleado. Las bombillas eléctricas habían sido sustituidas por lámparas de queroseno y los filetes, por judías. El mundo se adentraba en la década del fascismo que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.También hay quien mira atrás con nostalgia, como la periodista Beth Ashley. «Mi padre perdió su coche. Nos cortaron el gas y teníamos que buscar trozos de madera para cocinar. Pero éramos una familia unida. Mi madre decía que la crisis fue una bendición porque nos unió aún más. Me preocupa que me recorten la pensión, pero hay algo más en la vida que el dinero.» Eso lo sabe bien Marion Leonard, de 99 años, residente en Vermont. «Éramos una familia acomodada. Recuerdo que en plena Depresión nos fuimos de vacaciones en el yate de mi tío. Desde cubierta podíamos ver hordas de desempleados en el muelle, mirándonos fijamente. Me escondí en el camarote. También hicimos un viaje en coche. Y sólo vimos pobreza. Pero la gente era tan amable… Te alquilaban las habitaciones de sus casas por un par de dólares. Les hacía falta el dinero, pero también querían ayudar. Eso cambió mi forma de pensar. Dediqué mi vida al activismo social. Ahora pienso que ojalá Obama haga lo que hizo Roosevelt entonces. Le dio empleo a millones de personas, jóvenes y mayores. Toda la nación se puso en marcha.»

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